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Era un día de noviembre de 1960, cuando Minerva y María Teresa, acompañadas por Patria y su conductor, emprendieron el viaje rumbo a la cárcel de Puerto Plata para visitar a sus parejas, opositores políticos de la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo, en República Dominicana. Un dictador excéntrico e implacable que Mario Vargas Llosa retrató, sin compasión en “La fiesta del Chivo”.

El día estaba fresco, nada comparado con el calor soporoso de julio y agosto. Seguramente en el recorrido hubo risas y una que otra historia oscura sobre las veces que Minerva y María Teresa fueron a parar a la cárcel 40 y La Victoria; imposible para ellas olvidar las torturas, la violencia sexual, el ataque y la persecución a sus opiniones y acciones políticas. Minerva, también, tuvo que enfrentar el acoso de Trujillo quien, recibió la negativa de la joven como una humillación al poder del macho cabrío y depredador sexual apodado “el Chivo”, en referencia a una supuesta potencia sexual, que él mismo exhibía como parte de su dominación.

Tras el desaire de Minerva, la familia fue perseguida por “El benemérito”. El padre, Enrique Mirabal, murió al no soportar los efectos de la represión y la cárcel, en donde fue violentado, además por ser el papá de las jóvenes revolucionarias.

Luego de la visita carcelaria emprendieron el retorno a casa y quizás, esta vez la conversación quiso descifrar las razones del dictador para dejarlas en libertad tres meses después del juicio contra ellas y sus maridos. Su madre, doña Chea, Mercedes Reyes, siempre tuvo clara una desesperada profecía: “Las sacan de prisión y las llevan a cárceles lejanas a sus maridos, para matarlas en un ‘accidente’ y terminarán desbarrancándose al fondo de un abismo”.

Lo que las hermanas Mirabal intuían, pero no sabían a ciencia cierta, era que El padre de la Patria, ya había dado la orden de asesinarlas para lo cual armó un plan que incluía trasladar a los esposos a una cárcel más cercana a su casa, dizque para evitarles el largo viaje. Un acto de humanidad imposible de creer en quien había ordenado matanzas, torturas, persecuciones, desapariciones y sembrado el terror contra la oposición, por más de 30 años.

Ahí estaban, en medio de la carretera con la zozobra en el alma y la firmeza que nunca las abandonó. Tal vez por todo lo vivido o porque el 18 y el 22 de noviembre habían visto a integrantes del siniestro Servicio de Inteligencia Militar, SIM, que controlaba todo el país, seguirlas mientras viajaban con los hijos. Pero ese 25 de noviembre, de 1960, tan solo iban Minerva, María Teresa y Patria, junto con el conductor Rufino de la Cruz.

De repente un Pontiac azul y blanco se les atravesó en el camino y las tres mujeres fueron obligadas a cambiar de vehículo. El Plan avanzaba según las indicaciones de Trujillo y justo ahí las mujeres descubrieron las razones de la libertad concedida fugazmente. Lo que vino después fue una agonía en solitario, pues fueron separadas para que no se vieran entre sí. Los verdugos las ahorcaron primero y luego las remataron a palazos, después las colocaron en el jeep y lo lanzaron al vacío. Para no dejar testigos terminaron con la vida de Rufino de la Cruz. Los titulares de la prensa oficial informaron: “Tres mujeres mueren en accidente”. Cuando se conoció que eran las hermanas Mirabal y que los cuerpos estaban desnucados y destrozados, nadie creyó la farsa.

Era el crimen perfecto para Trujillo, pero con lo que no contaba era con que el pueblo había llegado al límite de los abusos de poder y tiranía. Desde el 25 de noviembre, cuando los cuerpos de las hermanas Mirabal fueron encontrados, empezó su cuenta regresiva. El brutal asesinato de las hermanas Mirabal aceleró los planes de la resistencia y seis meses después, el 30 de mayo, el dictador, de 71 años, era “ajusticiado” a tiros mientras viajaba con su conductor, a visitar a una joven a la que seguro tenía amenazada.

Ellas volverán a florecer decía la madre de las hermanas Mirabal mientras junto a su cuarta hija, Bélgica Adela Mirabal, Dedé, la única sobreviviente, se hicieron cargo de los seis niños y niñas, que en una tarde quedaron en la orfandad.

Este 25 de noviembre se cumplen 60 años del asesinato de “Las mariposas”, como se les conocía en la resistencia y el Movimiento 14 de junio. Las tres mujeres son el símbolo de la lucha contra la violencia de género, el feminicidio, el acoso, la violencia sexual y la violencia del poder; las torturas, desapariciones y privación de la libertad por razones políticas.

En sus vidas y muertes se reconoció a todas las caídas y violentadas, en el primer Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe, que se llevó a cabo en 1981, en Bogotá, Colombia. Allí se escogió al 25 de noviembre, como una fecha emblemática en la lucha contra la violencia de género. En 1999 la ONU la convirtió, en el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Patria, mecanógrafa, Minerva abogada, María Teresa, agrimensora, tienen desde el 1ro de febrero de 2014 la compañía de Dedé, empresaria, quien dedicó su vida a mantener viva la memoria de sus hermanas y las causas por las que fueron asesinadas: libertad, igualdad y democracia. Este 25 de noviembre las hermanas Mirabal, levantarán sus alas y “siempre vivas desde su jardín”, verán cómo la violencia contra las mujeres es hoy una pandemia machista, que amenaza nuestras vidas y por la que seguro estarían en primera fila para denunciarla. Una tarea que nos enseñaron con sus propias vidas. (O)

Por: Nelly Valbuena. Comunicadora social y periodista. Diplomada en derechos humanos de las mujeres. Especialista en DDHH y mundo global. Master en Periodismo. Docente investigadora universitaria. Sobreviviente de cáncer de mama.

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Last modified: 27/11/2020

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