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Hebe es una figura imposible de ubicar en alguno de los casilleros tradicionales. Multifacética y diversa. Seguramente cada quien tiene su propia experiencia y mirada sobre ella. La reivindicación habitual sobre el papel de las Madres, y sobre Hebe en particular, gira alrededor de su rol durante los años de dictadura o en las luchas posteriores contra la impunidad. Nos gustaría compartir nuestra experiencia generacional porque impactó para siempre en nuestras vidas.

El tiempo que compartimos con las Madres era de mucha soledad. En realidad, no estaban solas, pero los grupos que estaban a su lado no eran ni numerosos ni hegemónicos. Casi todo el espectro de lo que hoy podríamos definir como lo político y sindical convencional las dejaba a un lado. Todavía estaba vigente aquella idea de que estaban un poco locas. Muy especialmente procuraban marginar a Hebe. Es que su sola presencia trascendía la memoria de los horrores de la dictadura e interpelaba las claudicaciones de un sistema político cuyos dirigentes preferían no escuchar ni ver ni sentir las injusticias del presente. Esa osadía nos cautivaba y persiste en nosotrxs: decir lo que hay que decir sin reparar en ningún experto en comunicación, hacer lo que hay que hacer sin calculadora a mano. A contrapelo de toda lógica de corrección política.

Si en Argentina la reivindicación de la memoria es inescindible de la lucha de lxs 30 mil desaparecidxs es, sobre todo, a partir de las Madres. Al reclamo por las violaciones de los derechos humanos, válido e imprescindible, ellas le agregaron la reivindicación política de la vigencia de la revolución. Hablaron del proyecto, de las luchas, de las propuestas, de los motivos y de las razones. Nos conectaban con esas compañeras y esos compañeros que lucharon por cambiar de raíz la matriz injusta y perversa de nuestro país. Ese paso, del reclamo personal e individual hacia la reivindicación colectiva, convirtió a las Madres -y en particular a Hebe- en una referencia ineludible de resistencia contra una Argentina neoliberal en la que reinaba la impunidad. Sostuvieron el principio de la enemistad y se atrevieron a poner nombre y apellido de quiénes prolongaban en democracia la política de la dictadura.

No podemos pensar la década del noventa sin Hebe. Ella encarnaba toda la incomodidad de la época, y eso nos convocaba. Con Fidel, en Perú con el MRTA (cuando la trágica toma de la embajada de Japón), con el EZLN o con Arafat. Donde había una lucha, en cualquier rincón del planeta, Hebe llevaba la voz de las Madres. Y también era así en nuestro país. La Plaza de Mayo, sobre todo en cada Marcha de la Resistencia, se convertía en tribuna para luchadoras y luchadores de toda la geografía nacional. Allí escuchábamos sus voces y nos abrazábamos a las diferentes luchas.

En lo que se refiere a nuestra relación con Hebe, es imprescindible contextualizarla en la lógica política de fines del siglo veinte. Una agrupación estudiantil -El Mate- que se acercaba al organismo de derechos humanos más irreverente. Una aproximación que suponía horizontes políticos comunes.

Hebe nos adoptó. Como hizo con muchas y muchos. Nos cobijó. Si existe algo parecido a la valentía en nuestras vidas, eso vino de aquel vínculo. Nos habló de la libertad. Puso eje en la legitimidad de la vida más allá de las leyes y las instituciones. Esa relación estrecha nos agrupaba en una comunidad de creencias, cuya enseñanza mayor fue convertir la bronca en una acción política y amorosa. Compartimos intimidades en esos años intensos y nos dio la oportunidad de debatir y discutir. Y la tomamos.

Una enseñanza que nos dejó es saber decir que no. Y alguna vez tuvimos que decirle no a ella. En su momento dimos argumentos públicos (que pertenecen expresamente a esos años). Pero aun en el desencuentro, permaneció en nosotrxs la admiración y la gratitud. Que el afecto y respeto fuera mutuo es algo que se saldó con el paso de los años y no ocultamos que ese reconocimiento -por pequeña cosa que sea- es uno de nuestros mayores orgullos. Son historias personales y colectivas que tenemos muy presentes. Sin mistificaciones ni idolatrías. Como diría un gran escritor: “no se trata de alimentar ninguna comunidad de Santos”. Madre es mucho más bello y real que jefatura y seguidismos.

El diálogo militante que mantuvimos por años, visto con la lupa del tiempo, dejó un legado extraordinario. Porque si es verdad que era difícil lidiar con su dureza e inflexibilidad, también lo es que esa aspereza formaba parte del carácter con que se forjaba el surco mayor de la dolorosa historia de nuestro país. Y Hebe tendió a encarnar la dureza que implicaba afrontar la hostilidad de una sociedad cómplice, machista e indiferente con las injusticias. Y también porque, así y todo, había una contracara muy humana. Una escucha atenta. Nos preguntaba qué necesitábamos de ella en función de nuestra militancia universitaria, que acompañaba mirando siempre de reojo, fiel a su proverbial intransigencia, que en muchas ocasiones hacíamos nuestra. Hebe era Hebe, y eso significaba que su autoridad no surgía sino de su modo de actuar en la política poniendo el cuerpo y sin declamaciones al aire. Más de una vez nos acompañó a realizar actividades que específicamente le pedíamos. Siendo eminentemente política, el sentimiento que nos unió durante un largo tiempo tuvo algo familiar. Si las Madres fueron engendradas por sus hijos, nosotros pasamos a ser concebidos como hijos e hijas de ese nuevo tipo de madres que eran las Madres de Plaza de Mayo. Desde ahí compartimos alegrías, tristezas, debates y desacuerdos.

En el año 1996 fuimos parte del equipo que ayudó a organizar un concierto multitudinario en Plaza de Mayo, donde participaron Todos Tus Muertos, Fito Páez, Actitud María Marta y Los Fabulosos Cadillacs. Una vigilia que preparaba el 24 de marzo en el que se conmemoraban los 20 años del golpe. La idea de las Madres era, por supuesto, no acudir en ningún caso a la policía. Llegó el momento de plantear el problema de la seguridad, sobre todo ante la posibilidad de infiltraciones o algún acto vandálico que empañe lo que era un encuentro cultural y político de dimensiones desconocidas hasta ese momento. En esos tiempos la Casa Rosada no estaba vallada como ahora y cualquier persona podía caminar por sus veredas. El riesgo era grande, pero Hebe confiaba en la explicación que impartiría a la multitud. Y así fue: les habló a las decenas de miles de pibes y pibas del cuidado colectivo, de demostrar que nos podíamos cuidar sin la presencia de las fuerzas de seguridad y que la libertad era nuestro refugio. La osadía era descomunal. Y asumirla era parte de una disputa histórica de fondo. La imagen de cientos de pibas y pibes bailando en las narices de los granaderos que custodiaban simbólicamente la Casa Rosada sin que se produjera algún desmán da una idea de lo que significaba Hebe para nuestra generación. Porque si algo sobraba en esos años de impunidad y despojo era bronca y rabia. Sin embargo, la lucha convertía el resentimiento en alegría y comunidad. Una provocación sin provocaciones. Porque Hebe era una gran provocadora, de esas que realmente estorban. Y su provocación se dirigía al corazón de los enemigos sin permitirse jamás traspasar el límite de la aniquilación física violenta. La única venganza será que el pueblo sea feliz, dijo más de una vez. Hebe fue de los y las de abajo, popular y compañera. Sobre el final de su vida participaba de una extraña franja política hecha de cruces y amalgamas, mezcla de anarquismo y peronismo, de feminismo e izquierda combativa. Todo eso era Hebe, todo eso junto. Pero ante todo era una revolucionaria que supo, siempre terca e inflexible, no perder jamás la ternura.

Siguen las firmas: Diego Sztulwark, Mario Santucho, Natalia Fontana, Marisa Fournier, Maria Eugenia Gómez, Irina Garbus, Ignacio Ivancich, Guillermo Levy, Carlos De Carli, Walter Fernández, Silvia de Castro Prieto, Sebastian Scolnik.

Por: Florencia Lance y Mariano Molina

Publicado originalmente en Página 12

Tomado de: desinformemonos.org

Last modified: 26/11/2022

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