“La forma de producir, consumir y comercializar los alimentos, debe ser revisada cuanto antes. Si se quiere superar el actual desastre medioambiental y social, la agricultura debe reorientarse y regresar al propósito fundamental que le dio origen hace más de 12,000 años: responder a las necesidades más apremiantes de los seres humanos.”
La producción mundial de alimentos ha estado, desde hace más de seis décadas, ligada al uso intensivo de plaguicidas, principalmente de origen químico. Es cierto que durante ese período ha crecido considerablemente la producción de alimentos, pero también es absolutamente cierto que las pérdidas debido a daños por plagas, enfermedades y otros organismos nocivos, no ha disminuido; que la toxicidad de los plaguicidas utilizados se ha elevado en la misma medida, que ha crecido la resistencia de los organismos que se combaten; que los recursos naturales muestran un agotamiento peligroso por una sobreexplotación irracional; que existe un injusto control corporativo por un puñado de empresas transnacionales, que tienen un negocio altamente lucrativo sobre las semillas comerciales y los plaguicidas químicos.
Solo el modelo agroindustrial, de marcado énfasis en la intensificación de los monocultivos y de la producción globalizada de alimentos, insiste en presentar a los plaguicidas químicos, como garante principal de los volúmenes de producción agropecuaria que se obtienen en el mundo. La cifra de hambrientos (más de mil millones), –se nos asegura– no es mayor en nuestro planeta, gracias a la prevención y protección que estas sustancias tóxicas realizan sobre nuestros cultivos y animales.
Esta aseveración deliberadamente sesgada, quiere desconocer o subestimar los daños asociados que los plaguicidas químicos, causan al ambiente y a otros organismos vivos a los que no van dirigidos, entre ellos, los seres humanos; su relativa importancia en la contención del número de hambrientos, ya que este problema es claramente de orden político y de justicia social y no de índole técnica; su cuestionada efectividad final, cuando solo el 1% del plaguicida alcanza el objetivo-plaga y cuando el 35% de la producción mundial de alimentos, desde la década del 50, se sigue perdiendo por efecto de las plagas y de otras formas de vida nocivas para la agricultura.
Los plaguicidas químicos y sus efectos perjudiciales, están estrechamente relacionados con la profunda crisis ecológica, social, ambiental y sanitaria, que el actual modelo hegemónico de la agricultura mundial, ha venido provocando desde hace ya algún tiempo. Hoy se aprecia con facilidad una degradación creciente de los ecosistemas; pérdida de biodiversidad; contaminación de los suelos y las aguas; reducción peligrosa de las poblaciones de abejas a nivel global, como consecuencia de los neonicotinoides.
Sumado a ello y para conferirle a esta crisis carácter irreversible y mostrar la desnaturalización de los objetivos originarios de la producción agrícola, se introducen en la mayoría de los países cambios sustanciales en la legislación sobre semillas, para adecuarla al gran negocio capitalista sobre la agricultura; se profundiza la liberalización comercial de todos los sectores de la producción agrícola, convirtiendo los alimentos en meras mercancías; irrumpen los cultivos transgénicos fuertemente protegidos mediante patentes y la producción de biocombustibles hace que la comida cosechada en los campos, ya no sea exclusivamente para seres humanos y animales, sino también para autos.
El actual modelo de la agricultura industrial, una de las principales causas del calentamiento global y el cambio climático, utiliza casi el 80% de la tierra arable del planeta y solo produce el 30% de los alimentos que se consumen en el mundo. El 70% restante, recae sobre sistemas alimentarios controlados por campesinos, indígenas, pequeños agricultores, pastores y pescadores artesanales, cuyas producciones se realizan principalmente, sin apelar a plaguicidas y fertilizantes químicos, semillas comerciales o manipuladas genéticamente.
Es evidente por tanto, que la forma de producir, consumir y comercializar los alimentos, debe ser revisada cuanto antes. Si se quiere superar el actual desastre medioambiental y social, la agricultura debe reorientarse y regresar al propósito fundamental que le dio origen hace más de 12,000 años: responder a las necesidades más apremiantes de los seres humanos.
Por Pedro Rivera Ramos
Last modified: 14/11/2015