Hay un sinnúmero de razones para no olvidar los nefastos hechos del 20 de diciembre de 1989. Desafortunadamente, tras 36 años de la invasión del Ejército de Estados Unidos de América a Panamá, no tenemos una cultura de memoria. El país no cuenta con un museo de la memoria (el que está en Amador narra solo el relato del Holocausto judío) que relate, no solo la transición de la dictadura a la democracia, sino la verdadera historia de las relaciones entre Panamá y los Estados Unidos, para que los jóvenes puedan comprender la historia de su país.
La memoria es un mecanismo de relaciones entre el pasado y el presente que busca construir una presencia desde el tiempo, que es incapturable en su entera realidad, pero que nos fortalece como colectivo. Es una presencia que ocurre desde la imagen y la posibilidad, porque requiere exigencia existencial que se construye desde el esfuerzo colectivo.
La memoria, para precisar un concepto poético, es la presencia de una ausencia y es fundamental para articular los espacios de resistencia frente a los poderes hegemónicos. La importancia de la memoria histórica es ética-política. Tal vez por eso, en los sucesivos gobiernos post-invasión no ha habido una preocupación por fomentar y preservar el estudio y comprensión de los sucesos del 20 de diciembre. La cultura mediática de información se limita a un relato donde solo se habla de la dictadura.
La memoria está profundamente ligada a los Derechos Humanos, algo que tradicionalmente se ha violado en este país, no solo en el periodo de la dictadura. La reivindicación de los derechos humanos parte del reconocimiento de que la Invasión fue una infamia condenada que respondió a intereses muy puntuales de Washington, más que a una liberación y la instalación de la democracia.
Por eso, el deber de la memoria histórica no solo consiste en preservar los recuerdos, sino que estos deben ser una praxis ético-política que busca la reapropiación de la crítica histórica y el diálogo sobre los derechos. Porque sin memoria no podemos reflexionar en el presente y no podemos ejercer el ejercicio de cocreación de la democracia —que supuestamente trajo la Operación Causa Justa en 1989— desde la ciudadanía.
La esencia de la memoria es la batalla de la cultura contra el olvido. La libertad se defiende reconociendo el pasado y sus contradicciones. Al olvidar los sucesos del 20 de diciembre legitimamos el poder sobre el derecho y permitimos que las narrativas hegemónicas prevalezcan sobre la justicia, tal como está sucediendo ahora en todo el continente.
Basta con una aproximación a la actual Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) de Estados Unidos, analizada en documentos recientes, la cual confirma que su política exterior apela, sin disimulos, a que los intereses de Estados Unidos deben imponerse por cualquier medio, sea diplomático, económico o militar. Abiertamente han declarado la resurrección de la Doctrina Monroe, que ve a nuestros países como su patio trasero.
La invasión a Panamá en 1989 fue un acto de coerción militar, y la actual geopolítica de Estados Unidos mantiene la lógica de priorizar el interés nacional estadounidense por encima del derecho internacional y los derechos humanos. El 20 de diciembre debe recordarse porque, en el presente, la estrategia de Estados Unidos para establecer gobiernos alineados y dóciles en la región incluye tácticas malignas que amenazan la autodeterminación de los pueblos. La única presencia maligna en América Latina es la del imperialismo yanqui.
Descaradamente, Estados Unidos presionan a nuestros gobiernos latinoamericanos para alinearse a sus intereses económicos; por eso se les obliga a romper lazos con competidores como China. Arbitrariamente utilizan el bloqueo económico o las amenazas arancelarias como algo lícito para doblegar a los países, lo que viola de manera flagrante, masiva y sistemática los derechos humanos de los pueblos.
Como pedagogía de la memoria, no olvidar la invasión es vital para formar ciudadanos críticos, que no vean la palabra soberanía como algo inútil. Porque mientras a nuestros jóvenes se les enseña que la soberanía es un concepto reaccionario de ñángara, el coloso del Norte justifica el despliegue militar y las bases en el extranjero como parte de la protección de sus intereses y su propia soberanía nacional.
Una razón para no olvidar el 20 de diciembre es que, mientras Estados Unidos continúe con sus campañas de desprestigio, de mentiras y de intimidación —no solo sobre Panamá, sino sobre nuestros países— la dignidad y los derechos humanos estarán en juego.
Aunque en algunos de nuestros países se cometen graves delitos contra la libertad —no lo vamos a negar— no debemos confundir a Estados Unidos con el hermano mayor que lucha por nosotros por amor a la democracia. Ningún país merece que lo invadan. Pensar en Estados Unidos como un libertador es grotesco. No ha hecho otra cosa que llamarnos países miserables, porque para la política expansionista de los gringos solo somos su patio trasero, y si tenemos un Canal, petróleo o cualquier mineral valioso para ellos, seremos el hermanito que hay que defender de enemigos imaginarios.
Por: Carlos Fong. Escritor panameño.
Last modified: 20/12/2025
