América Latina: las mujeres trabajan la tierra, pero los dueños son otros

Written by | Feminismo

El informe ‘Ellas alimentan al mundo’ explica que una de las principales consecuencias de esta falta de acceso y control sobre la tierra tiene un impacto directo en la autonomía económica de las mujeres rurales, indígenas, originarias y afrodescendientes.

En el continente con la distribución de tierra más desigual del mundo, el medio digital Latfem y la organización internacional We Effect han investigado sobre el acceso a la tierra de las mujeres campesinas y de pueblos originarios. En América Latina y el Caribe más de la mitad de la tierra productiva está concentrada en el uno por ciento de las explotaciones de mayor tamaño y, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), solo el 18 por ciento de la tierra de la región está en manos de mujeres rurales, campesinas, indígenas, originarias y afrodescendientes.

En este contexto, el informe ‘Ellas alimentan al mundo’ arroja que en Bolivia, Colombia, Guatemala, El Salvador y Honduras, siete de cada diez mujeres rurales tienen acceso a tierra para producir alimentos, pero en solo tres de cada diez casos la tierra está a su nombre. Ellas trabajan la tierra, pero los dueños son otros.

Durante la investigación, que se desarrolló en 2021, se encuestó a 1994 mujeres cuya actividad principal está ligada al uso de la tierra para la producción de alimentos o a la defensa del derecho a la tierra y la alimentación. También se realizaron diez entrevistas en profundidad a mujeres rurales, defensoras ambientales y de los territoritos, y a académicas y especialistas que acompañan procesos territoriales en la región. La investigación tuvo lugar en Bolivia, Colombia, El Salvador, Guatemala y Honduras, y contó con un grupo focal por país (menos en Bolivia). El informe —elaborado por Azul Cordo, María Paz Tibiletti y Damaris Ruiz— aborda los ejes: acceso a la tierra, derecho a la alimentación, violencias e impactos de la pandemia de la Covid-19, y recomendaciones dirigidas a tomadores y tomadoras de decisiones y medios de comunicación.

Mi tierra

En el mundo, el 50 por ciento de la fuerza formal de producción de alimentos son mujeres campesinas, de los pueblos originarios y afrodescendientes, según la Organización de los Estados Americanos. Son la mayoría de quienes producen alimentos a pequeña escala, y con ello alimentan a su familia. Ahora, acceder a la tierra no es lo mismo que ser dueña.

En América Latina, las vías por las que una mujer llega a ser dueña de un pedazo de tierra no son muchas. En su mayoría, lo hacen a través de la herencia de parcelas para la producción. Como dijo una campesina guatemalteca para el informe: “Ahora la mujer que se adueña de sus tierras simplemente tiene que quedar viuda o divorciada o separada. Solo de esa manera la mujer puede lograr su tierra”.

Volviendo al acceso a la tierra, del informe se desprende que el 73 por ciento de las encuestadas tiene acceso a menos de una hectárea para producir, y el 26 por ciento de las campesinas produce en menos de un cuarto de hectárea. Son espacios muy reducidos, siendo una finca promedio para la producción de alimentos cuenta con dos hectáreas. Además, un 68 por ciento de las mujeres encuestadas considera que no son tomadas en cuenta como destinatarias de políticas públicas que garanticen el acceso a la tierra. La conclusión que se desprende en el informe es concisa: si las mujeres son las que alimentan al mundo y trabajan la tierra, lo justo sería que tengan acceso y titularidad sobre la misma. Por si fuera poco, casi el 60 por ciento de las mujeres encuestadas para la investigación dijo que tuvo dificultades en el acceso a alimentos como consecuencia de la crisis sanitaria por la Covid-19. Y el 86 por ciento del total de las mujeres encuestadas tiene hijos e hijas a cargo.

Si las mujeres históricamente no han sido dueñas de la tierra porque la tierra es de los hombres, entonces ¿cómo impacta la ausencia de titularidad de la tierra en las mujeres que la trabajan? En ‘Ellas alimentan al mundo’ se explica que una de las principales consecuencias de esta falta de acceso y control sobre la tierra tiene un impacto directo en la autonomía económica de las mujeres rurales, indígenas, originarias y afrodescendientes. “Existe una relación directa entre la desigualdad en la distribución de la tierra, el empobrecimiento de las mujeres y sus comunidades, la falta de seguridad y soberanía alimentaria y las situaciones de riesgo a las que están expuestas por su rol como lideresas socioambientales”, detallan. Por eso, el 51 por ciento de las mujeres encuestadas en Guatemala respondió que siendo titular de la parcela que trabaja tiene posibilidad de decidir sobre el dinero en su familia.

Además del sistema patriarcal que atraviesa la vida y los cuerpos de las mujeres rurales, otras de las causas por las que tienen dificultades para ser dueñas de las tierras son “la falta de políticas públicas con perspectiva de género y la violencia estatal contra las comunidades”.

Es interesante conocer cómo las mujeres están impulsando la producción agroecológica de la región. “De las tierras productivas cuyo título está a nombre de una campesina indígena en Bolivia, el 60 por ciento de esas parcelas se produce con métodos agroecológicos u orgánicos y el 30 por ciento con métodos tradicionales sin insumos químicos”, explican en el informe. Y continúan: este hecho “las pone al frente en la lucha por construir un nuevo paradigma agroalimentario sostenible, sustentable y con equidad de género”.

La lucha

Además de no ser dueñas de la tierra que trabajan —que es una violencia en sí misma—, las mujeres rurales, originarias y afrodescendientes de América Latina están expuestas a múltiples violencias. Y más aún si son defensoras de la tierra y el territorio.

El 30 por ciento de las mujeres encuestadas sufrió algún tipo de violencia por su rol en su comunidad, y el 50 por ciento dijo percibir “diferencias” en el tipo de violencia “por ser mujer”. Además, el 58 por ciento de las mujeres encuestadas dijo no haber denunciado los hostigamientos y amenazas sufridas; y el 83 por ciento de quienes realizaron la denuncia manifestó no sentir que haya sido tomada en cuenta en su país.

Es que América Latina es considerada la región más violenta para las defensoras de la tierra, y en países como Colombia las cifras ascienden: el 60 por ciento de las mujeres colombianas encuestadas para la investigación manifestó haber sufrido amenazas, hostigamientos y otros tipos de violencias por su rol como defensoras de la tierra y los territorios.

A las violencias nombradas se le suman desplazamientos forzados, persecución, criminalización, violencia sexual y asesinatos. Según la organización Global Witness, durante el 2020 en Colombia se asesinaron a 65 defensores y defensoras, y en México, a 30. Hechos que en su mayoría quedan en la impunidad.

Otro factor que agravó la situación hostil de las campesinas y defensoras de la tierra fue la pandemia por la Covid-19, ya que su trabajo se triplicó. Ellas dijeron que pasaron de hacer el “trabajo de la producción de alimentos y animales de cría”, a sumarle el de “profesoras, mamás, etcétera”. El informe especifica que una preocupación de las mujeres rurales consultadas son los conflictos que ocurren al interior de las comunidades que, en algunas ocasiones, derivan en hechos de violencia. “El 25 por ciento de las mujeres encuestadas identificaron a los conflictos entre personas de la comunidad como uno de los motivos de los problemas de acceso a tierra y derecho a la alimentación que viven las mujeres rurales, campesinas, afrodescendientes y de pueblos originarios”, detallan en el informe.

La líder comunitaria boliviana Wilma Mendoza Miro, presidenta de la Confederación Nacional de Mujeres Indígenas de Bolivia, aporta sus vivencias en la investigación: “La violencia en los territorios para una lideresa es muy difícil. Constantemente se sufre violencia, no solamente por parte de las autoridades de las empresas y el Estado, sino que también por parte de nuestras mismas autoridades, que son los varones. Ellos te minimizan y siempre dicen que nosotras no podemos hacer nada porque ellos son los líderes y son ellos quienes tienen la última palabra”.

Otra de las historias de lucha y persecución que se relatan en primera persona es la de Yasmín López, coordinadora general del Consejo para el Desarrollo Integral de al Mujer Campesina de Honduras, país donde el 27 por ciento de las mujeres consultadas dijo haber sufrido algún tipo de violencia. Su caso es paradigmático porque cuando fue niña, a ella, a su familia y a 35 familias más las desalojaron de sus casas en un asentamiento. La violencia y represión fue tal que López denuncia que los militares asesinaron niñas. Estos desalojos, ocurridos en los años 90, se dieron en el marco del Gobierno de Rafael Leonardo Callejas, quien derogó la ley de reforma agraria, por la que luchaban las familias desalojadas, y aprobó la ley de modernización agrícola. Para López, desde entonces, “la tierra se convirtió en mercancía” y se profundizó la brecha de género respecto a la titularidad de la tierra en su país.

Frente a las violencias e injusticias que históricamente han estado expuestas las mujeres campesinas, originarias y afrodescendientes en América Latina, el informe ‘Ellas alimentan al mundo’ hace algunas recomendaciones a los Estados de la región: reconocer formalmente el derecho a la tierra de las mujeres rurales para que puedan ejercer su derecho a la alimentación, a la autonomía económica y a vivir una vida libre de violencias; así como garantizar la seguridad e integridad a las defensoras de la tierra y los derechos humanos; y poner fin a la impunidad de los crímenes contra las y los líderes sociales.

En el continente con la distribución de la tierra más desigual del mundo, y a pesar de la violencia cotidiana a la que están expuestas, las mujeres rurales refuerzan su lucha social y comunitaria.Quedó consignado en el informe lo que dijeron en un grupo focal en El Salvador: “Como mujeres somos más vulnerables y también nuestros derechos son violentados cuando nos identificamos como defensoras de los derechos humanos (…) Sin embargo, seguimos luchando porque sabemos que sin la tierra, sin el agua, sin la naturaleza no hay vida”.

Por: Florencia Pagola

Fuente: www.pikaramagazine.com

Fotografía: Judith Prat. Proyecto Matria

Last modified: 18/02/2022

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