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Mallki: ¿Sabes, Coqui? Mientras el mes pasado recorríamos la vida de nuestro amigo Alfredo
Mires para rendir homenaje a su memoria, los nombres de varios topónimos de su tierra de
origen: el departamento de Lambayeque, en el Perú, me hicieron pensar en la escasa
promoción que tiene el patrimonio arqueológico de esa zona.

Solo a modo de ejemplo, en Chiclayo –a 4 kilómetros del distrito de Pomalca–, sobre una
pequeña montaña aislada, en uno de los valles más extensos de la franja desértica peruana, se
encuentra, rodeado de cañaverales, el Complejo Arqueológico Huaca Ventarrón que, con una
antigüedad de 4600 años marca el origen de la primera civilización de la Costa Norte del Perú.

Allí, al abrigo de las paredes de bloques de arcilla seca de sus templos ceremoniales, el
arqueólogo Ignacio Alva Meneses –director del Proyecto Arqueológico desde su inicio en 2007–
descubrió junto a su equipo que, sus antiguos residentes, habían desarrollado el arte mural
más antiguo de Abya Yala conocido hasta el presente.

Coqui: Es decir que Ventarrón es contemporáneo de Caral. Y a esta ciudad pre-hispánica,
ubicada a 200 kilómetros al norte de Lima y declarada Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO, se le atribuye una antigüedad de 5000 años, siendo considerada entonces la más
antigua de América y una de las más antiguas del mundo.

Este centro arqueológico, fue rescatado y puesto en valor por la doctora Ruth Shady,
–arqueóloga y antropóloga de la Universidad de San Marcos–. Se sabe que sus habitantes
intercambiaron bienes y conocimientos con poblaciones no solo de la Costa sino también de
los Andes y de la Amazonía. Pero además, dice un informe: “No vivieron en ciudades
amuralladas ni manufacturaron armas […] Algunos hallazgos en este lugar son: el quipu; la
tecnología sismorresistente; instrumentos musicales: 32 flautas, cornetas, quenas y antaras;
esculturas de barro…”.

¡Increíble! Cero armas, nada de muros; rituales y música más bien, es lo que han encontrado
los arqueólogos en la ciudad más antigua de las exploradas en América. Uno diría que en estos
tiempos de guerra y de genocidio, menos razón hay de buscarnos en el espejo de algunas
sociedades, que llamándose “desarrolladas” perpetran, financian y secundan la barbarie.

Mallki: Efectivamente, Coqui. ¡Cuánto nos enseña nuestro pasado! ¿Pudiste llegar a Caral?

Coqui: Sí, hace unos años. Estando con unos amigos en el Santuario Arqueológico de
Pachacamac –al sur de Lima–, a la mayor del grupo, se le ocurrió la idea: “¡Hay que ir a Caral!”
–nos dijo. Y así fue que, vía ómnibus, micro, moto-taxi y “a pata”, llegamos a Caral al atardecer
de ese mismo día. No es un Machu Picchu; es distinto; único en su valor. Así, el Perú está
colmado de sitios arqueológicos (…no me les llamen “ruinas”, por favor) –algunos atendidos y
cuidados; otros no tanto y, los hay también, prácticamente abandonados–. Lo cierto, Mallki es
que Machu Picchu es valiosísimo pero no es lo único a conocer en el Perú.

Mallki: Tienes toda la razón. Nuestro patrimonio cultural es inmenso pero se necesita mayor
inversión del Estado en su promoción y preservación. Cuando visité Ventarrón, a comienzos del
2017, conversé con Ignacio Alva y pude constatar todo el esfuerzo que él y sus colaboradores
llevan adelante para sostener la investigación, garantizar la conservación y promover el
desarrollo comunitario de la población local. Ese mismo año –gracias a mis primos, que
siempre hacen posible y se suman a mis itinerarios culturales– también fui a Caral en busca de
la espiral cósmica –abierta hacia la derecha, representando la continuidad de la vida (vale
aclarar que, no es la de Promperú)–. No pude verla porque el sector en donde se encuentra
estaba restringido al público. Tuve que conformarme con su imagen representada en el
paisaje.

Con la cosmovisión andina como brújula, también había llegado a Ventarrón, donde iniciamos
el itinerario dialógico de esta Luna Llena. Allí mi interés estaba centrado en los murales
polícromos –particularmente en el que representa la figura de un venado atrapado en una red
multicolor–; una escena que, además de simbolizar el primitivo ritual de caza, denota la
capacidad adaptativa de estos cérvidos a los hábitats más diversos. En ese momento, el mural
ya presentaba el deterioro que provocan el paso del tiempo y la acción de los agentes
naturales. Esta fotografía lo ilustra bien: la red se distingue fácilmente; no así el venado.

Coqui: Permíteme que me ponga biólogo por un par de párrafos, Mallki. Los venados –o
ciervos, son lo mismo–, conforman una familia de mamíferos silvestres ampliamente
distribuida. Existe un centenar de especies, entre alces, renos, caribúes, pudúes, huemules, etc.
Hay representantes en todos los continentes, menos Antártida y Australia; y África, sólo tiene
un ciervo autóctono en la actualidad.

En nuestro continente hay 21 especies, una de las cuales es el popular “Venado de cola
blanca”, que se distingue por la zona blanca que tienen alrededor y a lo interno de la cola. Al
salir corriendo, levanta su cola mostrando la parte blanca: algunos colegas ven aquí una señal,
un “aviso de peligro”, para los demás venados del grupo.

A mi parecer, si tuviéramos que escoger un mamífero silvestre, símbolo de América, creo que el
“coli-blanco” –que vive desde Canadá hasta buena parte de América del Sur– sería el
candidato: presenta 38 subespecies o variedades geográficas, lo que como bien tú has dicho,
denota su capacidad adaptativa. Pero es necesario señalar también que, a partir de estudios
recientes, hoy clasifica como especie otro venado coli-blanco del Perú, que antes era
considerado subespecie.

Muy atractivo y mágico animalito el venado, ha sido y aún es apreciado por una diversidad de
culturas originarias, como ser vivo de alto valor espiritual.

Mallki: Gracias por ilustrarme, Coqui. Si bien, no tengo certeza de que, alguna vez, el venado
haya sido mi aliado mítico o mi animal de poder; la gracia sutil de sus movimientos y su mirada,
siempre primigenia… serena… inofensiva… me cautivan desde la infancia. Y ahora, ya con una
percepción sensorial consciente, me sigue cautivando su capacidad de unir mundos: de
conectar con la energía de la tierra a través de sus patas y, con el espacio superior, por medio
de sus astas que operan como antenas. Supongo que en eso reside el carácter mítico y sagrado
que se le atribuye. El venado también es parte del panteón maya en donde se lo relaciona con
el movimiento heliacal del sol. Y en nuestros Andes centrales, conjuntamente con la vicuña,
está vinculado a la montaña y es considerado un espíritu de las alturas que tiene por dueños al
cielo estrellado y a los Apukuna¹

Traen sin duda su hondo mensaje, los venados.

¹En lengua quechua, plural de Apu, cerro tutelar, espíritu de la montaña

Por: Isabel M. Álvarez y Jorge L. Ventocilla

Ilustración: Ani Ventocilla King

Marzo del 2024

Last modified: 28/03/2024

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