Chile. En la trinchera necesaria

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Londres 38 es un Espacio de Memoria que se pierde en una calle empedrada y silenciosa de la ciudad. Durante mucho tiempo, esa característica de la morfología urbana santiagueña fue metáfora de un olvido civil y estatal deliberado, sistemático. Pero la casa se recuperó, volvió a vivir y hoy late al ritmo de las jornadas de octubre. 

Vamos les pibes

Macarena Muñoz Madariaga se sienta al centro, dando la espalda a un enorme ventanal. La sala principal de Londres 38, donde estamos, es un panal en plena ebullición. Comienza tranquila, describiendo su rol en estos días convulsionados. “Estudio Derecho en la Universidad de Chile. Y trabajo en la Defensoría Jurídica de la misma universidad. Acá, acompaño desde lo legal, tomando y acompañando denuncias a los Derechos Humanos”. Macarena es parte de un equipo interdisciplinario que se gestó al calor de las barricadas, las plazas colmadas y las iglesias quemadas. No está sola. A su costado izquierdo se sienta Diego Ramos Medina, estudiante de Terapia Ocupacional, que coordina el trabajo en Salud Mental, y el otro ladero, a su derecha, es Pablo Romero, estudiante de Medicina, que acompaña desde la atención primaria. Les tres son apenas una mínima parte de una cuadrilla organizada de un modo perfecto y en la práctica, cuestión que se evidencia con un pulular de cuerpos y voces que, alrededor de las cuatro de la tarde, ya están armando el operativo para el jueves 14 de noviembre. 

“Somos voluntarios individuales que estudiamos diferentes carreras y decidimos organizarnos para asistir a los ciudadanos reprimidos”, comenta Macarena. Diego completa: “Necesitamos espacios seguros, y diferentes organizaciones cedieron sus lugares para que podamos trabajar. Londres 38 es una de ellas”. Un Espacio de Memoria que invita a no olvidar lo sucedido en los ´70 se habita, de este modo, por víctimas de la represión estatal actual. A Londres 38 se suman el espacio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), la Junta Vecinal Blas Cañas y el Teatro del Puente, todos en Santiago. 

El dinero invertido por el Estado chileno para reprimir es inversamente proporcional al otorgado para sostener estas cuadrillas. “Los recursos son pocos, y provienen de donaciones, colectas, eventos, pedidos por redes sociales y conexión y traslado entre los diversos puntos de atención”, comenta Diego. Cuestión que se ejemplifica minutos después, cuando una ciclista agitada por el calor intenso de Santiago llega con su mochila llena de insumos odontológicos provenientes de la FECH. “A nuestra acción en la calle y en los espacios se suma, muchas veces, la ayuda de la Cruz Roja”, agrega Macarena.

Las secuelas que deja el amo represor

“Hay una falta de educación en Derechos Humanos que es herencia de la dictadura”, comenta Macarena. Su fuerte sentencia se explica en muchas acciones que se hicieron sistemáticas durante el mes del levantamiento popular. “El Estado se ha negado en muchas ocasiones a proporcionar datos de detenidos, hubo constantes amenazas a médicos para que realicen informes que involucren a las fuerzas de seguridad y de este modo hubo muchos hospitales que no guardaron información trascendente. Por eso mismo desde acá estamos haciendo un trabajo de registro de los afectados, por si alguien quiere hacer una denuncia el día de mañana”. Sin embargo, esta ausencia de una mirada formada en Derechos Humanos trasciende al Estado y sus tentáculos. “Muchos ciudadanos no quieren denunciar. No conocen sus derechos, no saben, por ejemplo, que no te pueden detener en un toque de queda, porque la sanción es una multa, no la privación de la libertad”, agrega Macarena. Un aspecto al que no siempre se le otorga su debida atención es la problemática de la Salud Mental en estos procesos represivos. Un aspecto del que no se dice mucho es de qué modo se ve afectada la salud mental de las víctimas de la represión estatal en estos contextos. “Existe un proceso traumático que es provocado por el Estado”, afirma Diego. “Este trauma no es solo jurídico, también es clínico”, agrega. “Aparece mucha gente con crisis de pánico, angustia, y trabajamos en conjunto con la atención clínica”, completa Pablo. “Otra cuestión que observamos fue la agudización de ciertas cosas preexistentes. Por ejemplo, aquellas personas que tenían consumo problemático de alcohol, o de drogas, lo incrementaron”, sentencia Diego. Según les jóvenes, aparece un miedo que no permite avanzar a la víctima. Y se trata de un temor legítimo, que debe ser abordado. “Y eso es más fácil abarcarlo de modo interdisciplinario”, plantea Pablo. Y prosigue. “También nos encontramos con mucha gente que pasaba por ahí y fue atacada. Y no entienden por qué les pasó, no formaban parte de las manifestaciones. Tratamos, con la mayoría de los casos, de hacer un seguimiento, de derivarlos a lugares seguros, de proporcionarles recursos psicológicos gratuitos, de invitarlos a seguir viniendo a las postas, que están abiertas para ellos”.  Diego, finalizando, despeja una duda que vuela en el aire: “el Estado no solo reprime sino que no se hace cargo de sus víctimas. No hay un seguimiento de las personas traumadas por parte del Estado”. Por último, la represión ha visibilizado la violación de Derechos Humanos de grupos más marginados. Y así lo relata Pablo: “por ejemplo, la gente en situación de calle. No podemos derivarla, no podemos decirle andá a tu casa. Su casa es la calle. No tenemos qué ofrecerle. No podemos derivar. Otro ejemplo son las personas de la diversidad y la disidencia sexual. Sufren vulneraciones diarias constantes que ahora son efectiva y gráficamente visibles. Ahora ya no hay excusa para no verlo”. 

Los números son escalofriantes. Recibieron 1299 casos, de diferente tipo. Desde heridos de bala hasta afectados por perdigones, afecciones oculares, bombas lacrimógenas al cuerpo, intoxicados por los gases. “También notamos que hay cierta naturalización en muchas víctimas. Como que vienen, se curan provisoriamente y vuelven a la calle”, comenta Macarena. “En Londres, la mayoría de los casos surgieron por fuera del Estado de Emergencia, ratificando que hay algo sistemático, como que al que protesta se lo debe reprimir”, completa. 

Sin embargo, hay cuestiones que aparecen por fuera de las estadísticas, relatos orales, que reflejan de modo cruel la represión de los carabineros. “Hay personas que vienen y comentan que los pacos los agarran, les ponen el arma en las piernas y les disparan. O que les tiran las bombas lacrimógenas al cuerpo. Acá llegó una persona con el brazo atravesado por un proyectil de gas”, dice, conmocionado, Pablo. A todo esto, se le suman los ataques estatales al personal de salud. “Tuvimos que empezar a salir con escudos, porque nos tiraban deliberadamente. Y estamos identificados”, plantea Macarena. “Una compañera nuestra recibió un perdigón en el brazo”, completa. Y de repente, se sonríe y señala. Detrás nuestro pasa, vestida con ambo azul, presurosa, una joven. En su brazo izquierdo, a la altura del codo, lleva una venda cuadrada que parece nueva.

El dolor interno

Trabajar durante semanas y de forma interrumpida con víctimas del Estado, con personas atacadas por el aparato estatal, no es gratuito. El interrogante es, ¿cómo se hace? ¿Cómo se procesa ese dolor? ¿Qué dispositivos tienen los jóvenes de las cuadrillas para poner en palabras esa angustia?

“Es complejo”, comienza Macarena. “Estamos actuando en automático, nos hemos juntado a hablar, pero poco. Entendemos que es una necesidad latente”. “Hay momentos puntuales donde no hay mucha actividad, baja el estrés, y empiezan a aflorar un montón de cosas”, agrega Diego. Y prosigue. “Allí aparecen relatos donde se plantea el miedo, el no poder dormir. Entonces hicimos una jornada de cuidado colectivo, que fue muy bien recibida, pero necesitamos más, nos quedamos cortos”. La cuadrilla tiene en claro que alguien que no está bien, que se siente afectado, no puede atender en buenas condiciones. Pero también les preocupa el después. “Es importante evaluar cómo nos puede afectar el estrés post traumático. Cómo podemos resguardarnos para no destruirnos”, cierra Diego. 

Fuimos semilla

Alguien se sienta de pronto en la ronda. A simple vista, es mayor que les tres entrevistades. Escucha atenta, y se presenta en breve. “Soy Erika Hennings, ex detenida durante el pinochetismo, directora de Londres 38. Fui torturada acá, y mi pareja está desaparecida desde 1974. Es la primera vez que puedo hablar con los coordinadores de la cuadrilla. Es un trabajo enorme el que están haciendo”, comenta, emocionada y con claridad. Y sigue. 

“Hay algo que ellos plantearon que me parece fundamental, que tiene que ver con guardar datos de las víctimas en caso de que en el día de mañana decidan denunciar al Estado. No tener ningún dato sobre el accionar del Estado fue un impedimento para muchas personas que fueron víctimas durante la dictadura y quisieron denunciar luego”. Macarena asiente, y completa: “si, es necesario para que el Estado se haga responsable de lo que hizo y repare de algún modo”. 

Erika está contenta y preocupada. “Chile ha despertado, y eso me hace feliz. Pero también la cantidad de víctimas, las lesiones oculares, eso me preocupa. Los balines de los ´70 no eran hacia los ojos. Eso ha cambiado”. Otra cuestión que se observa es la masiva participación de jóvenes en las calles, en detrimento de personas mayores. Erika aborda el tema, en principio, con cierto humor. “Es que los viejos tenemos artrosis, problemas en las rodillas, y bueno, la edad”. Pero luego, se pone seria. “Hemos entregado la posta de la calle. Pero estamos en otros lados. En la contención emocional. En las discusiones. Yo debato mucho con mi nieto, a la par. Y los más viejos están en las demandas claras, en las pensiones, por ejemplo”. Macarena, de pronto, se suma. “La población más adulta yo la he visto en los cacerolazos en sus barrios, y en los cabildos, tienen las demandas muy claras. En los cabildos, las asambleas, hay mucha población adulta, con consignas muy claras que fueron levantadas luego en las manifestaciones”.

El problema es el modelo

Macarena, Diego, Pablo y Erika observan una lucha transversal, que nuclea muchas demandas. “Se lucha contra el modelo de país”, plantea Macarena. “Durante muchos años hubo combates sectorizados”, dice Diego. “Pero esta vez fue diferente, se tocó un punto transversal. Ahora es más profundo, se transversalizó en términos temporales y territoriales. Algo que surgió en un lugar, sin coordinación, se masificó”, agrega. Y finaliza: “las personas adultas la tienen muy clara, pero a veces necesitan otros espacios de lucha. Algunos y algunas tienen hijos o hijas, y luego de sumarse se empiezan a angustiar porque no están con ellos. Y deciden aportar de modo diferente. Por ejemplo, turnándose para asistir a las asambleas, compartiendo la crianza. Otros y otras no se pueden movilizar, por lo que sea. Por miedo, pero también por cuestiones físicas. Entonces la única forma de aportar a la lucha no es estar en la calle. Hay otras, y muchas”, cierra, mirando desafiante desde su silla de ruedas. 

La insurrección popular en Chile produjo procesos muy peculiares. Pablo relata uno, sucedido en un cabildo. “Las asambleas barriales generaron un espacio donde la gente aprendió a hablar con el vecino, a debatir, a conocerse. Y allí se generaron vínculos entre lenguajes muy distintos, entre adultos mayores con adolescentes. Con otros códigos. Y eso está muy bueno. Va a costar, no nos han enseñado a hacerlo, pero  el camino se está recorriendo, lento, a paso entre las piedras, pero que vamos a llegar, vamos a llegar”. 

¿Cómo termina esto? (Si termina)

Erika habla desde una cotidianidad que no deja demasiado espacio a la reflexión. “No hemos tenido casi pausa. Londres 38 es un grupo diverso. Lo que tenemos claro es que se necesita un cambio de Constitución. ¿Cómo? Y, es una buena pregunta. Yo he escuchado el tema de los cabildos, las asambleas territoriales. Me seduce. Me gusta. Es un desafío importante. Y es relevante la discusión, porque no puede haber una modificación constitucional que deje de lado las demandas concretas”. Pablo, en esa línea, prosigue. “Además del cambio constitucional se ha hecho una reflexión y crítica sobre el modelo de sociedad en que estamos. Eso va más allá de una carta fundamental. No sé cómo abordarlo, pero se ha hablado que la Constitución es un paso, uno de tantos para construir una manera distinta de relacionarse y organizarse, de hacer tejido social”. Y Macarena cierra. “No es casual en el fondo que el tejido social se haya desintegrado, no es casual que pensemos una nueva Constitución. El modelo que produjo esa desintegración es el neoliberalismo, y la Constitución es un reflejo de ese modelo. Y la Constitución no deja cambiarse a sí misma, por lo que está esa incertidumbre de cómo hacer una nueva. Pero sabemos que es necesario y que los cabildos son un buen inicio”. 

? Fotos ?
? Natalia Bernades (La Retaguardia)
? Andrés Masotto (Radio Presente)

? Texto ?
? Rodrigo Ferreiro (La Retaguardia)

Tomado de: radiopresente.org.ar

Last modified: 17/11/2019

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