Vienen por el oro, vienen por todo. Retrato cinematográfico del pueblo de Esquel en su lucha contra la megaminería

Written by | Argentina, Internacionales

En el año 2009 se estrenó mundialmente el largometraje documental Vienen por el oro, vienen por todo en el Festival Internacional de Docu- mentales de Amsterdam (IDFA), uno de los festivales más importantes del mundo documental, donde seleccionan las películas más relevan- tes del año. Ambos directores, Cristián Harbaruk y yo, más el monta- jista Alejandro Arias, viajamos a presentarla. Es común que el público, luego de la proyección, te haga preguntas en la sala. “¿Cómo nació la idea de la película?” o “¿cuál fue el motivo por el que la hicieron?”. Yo contaba que de casualidad estaba en la ciudad de Esquel trabajando para otro proyecto audiovisual y me había llamado la atención que en un lugar tan hermoso y natural, con una variedad de paisajes bellísi- mos, tan puros, una empresa minera se instale para extraer oro con una mina a cielo abierto. Por supuesto que eso es solo una pequeña parte de la respuesta. Hoy, en perspectiva, puede sonar un tanto ro- mántica y reduccionista esa expresión.

Fueron siete años de trabajo, viajes, filmaciones, investigación, tratativas para conseguir financiación y estudio sobre minería, y para cuando dijimos “vamos a editar”, teníamos ciento ochenta horas de material filmado. Pasado el tiempo, creo que no fue casualidad que estuviéramos ahí.

En el año 2003, el contexto era devastador. En Esquel vivían trein- ta mil habitantes, el 50% de los cuales estaba por debajo de la línea de pobreza, y el país estaba emergiendo de una profunda crisis social y económica. La noticia de la llegada de una nueva oferta laboral siem- pre es bien recibida, y la empresa canadiense Meridian Gold prometía cuatrocientos puestos de trabajo: otra vez llegaban con promesas, re- latos de progreso y espejitos de colores en sus bolsillos.

El lector quizás se preguntará quién propicia este tipo de em- prendimientos. Pues hay muchos interesados. Hacia comienzos de los años 90, con el auspicio del Banco Mundial y del Banco Interameri- cano de Desarrollo, una nueva legislación minera es introducida en la mayoría de los países del tercer mundo. A partir de este nuevo marco legal, el Estado renuncia a la explotación de sus yacimientos y alienta a que esa función recaiga en empresas transnacionales. En Argentina, las leyes mineras otorgan a estas empresas estabilidad fiscal por trein- ta años y exención al pago de derechos de importación. En caso de exportar por puertos patagónicos, el Estado les reintegra entre el 5% y 10% y, en cuanto al pago de regalías que es declarado por la empresa, se establece que esta erogación no debe superar el 3% al valor del mi- neral en boca de mina. Finalmente, estas empresas no liquidan divisas en el país de donde extraen los recursos naturales.1

Este tipo de industria es altamente contaminante. Su instalación en un lugar con un ecosistema tan frágil, al pie de la cordillera de Los Andes, y donde el turismo es la fuente principal de ingresos, no parecía tener coherencia y compatibilidad. Lino Pizzolon, biólogo e investigador científico, ciudadano de Esquel, contaba en entrevista con nosotros que un proyecto de extracción de oro a cielo abierto de estas características utiliza 9 toneladas de explosivos, 10 toneladas de cianuro y 300.000 litros de agua potable por día. Para tener una idea más tangible, la producción de un solo anillo de oro equivale a 18 toneladas de desechos tóxicos.2 Atónitos por los datos, nos fuimos a investigar de qué se trataba una mina a cielo abierto.

En ese entonces, la población se había dividido por el “Sí a la mina” y el “No a la mina”, y ya había marchas y manifestaciones en las calles. No se hablaba de otra cosa en el pueblo. Nosotros, sin saber absolutamente cuál iba a ser el destino de Esquel y la mina, y sin tener en claro muchas cosas, decidimos contar esta historia. Uno se embar- ca en un proyecto cinematográfico cuando una serie de hechos e ideas empiezan a interesarle demasiado; cuando la empatía con el tema se vuelve absoluta y cuando uno siente que tiene algo nuevo para decir.

1 Así lo establece la ley 24.196, Ley de Inversiones Mineras de la República Argen- tina, sancionada por el Congreso Argentino el 28 de abril de 1993.

2 Jeppesen, Helle y Rosa Muñoz Lima (2011) “¿Cuánto cuesta al medio ambiente cada anillo de bodas dorado?”. Disponible en http://ecofield.com.ar/blog/cunto-cues- ta-al-medio-ambiente-cada-anillo-de-bodas-dorado/.page130image13414400

D’Alo Abba. Vienen por el oro, vienen por todo. Retrato cinematográfico de un pueblo… 

IMAGEN 1. AFICHE DE LA PELÍCULA vienen por el oro, vienen por todo

Fuente: D’Alo Abba, Pablo y Cristian Harbaruk (2009).

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EL INTRUSO

Recuerdo el preciso momento que me enteré de la existencia de la mina. Ese instante de quiebre. Volvíamos cansados luego de un día largo de caminatas, de subir y bajar montañas armando puestas de cámara, sacando fotos en el paraje Piedra Parada, un lugar a 80 ki- lómetros de Esquel. Este sitio recibe ese nombre porque tiene una piedra gigante, fina y alargada, de 270 metros de alto, que está clavada como si fuese un proyectil que cayó del cielo en el medio de una pla- nicie árida y roja como el planeta Marte. Uno de mis lugares favoritos en el mundo. Los productores locales, Loly Fernández y Walter Torres, viajaban en la parte delantera de la camioneta. El mate iba y venía. A minutos de llegar al pueblo, como quien no le da la importancia, Wal- ter me señala una montaña cerca del aeropuerto y me dice: “Ahí se va a construir la mina. Ahí, ¿ves? Donde están esos tres picos”.

Antes de ese momento, y en los días previos, mis ojos habían visto los paisajes más encantadores, atípicos y extraordinarios de la Argen- tina. Hicimos un scouting para la filmación por los alrededores de Esquel. Desiertos, bosques, nieves, glaciares, ríos, lagos y llanuras. Lu- gares maravillosos, de una belleza insuperable. Éramos 400 personas trabajando en esa producción y, en una ciudad de 30.000 habitantes, se hacía notar un desembarco de forasteros.

Esa tarde, en la camioneta, me costó entender que todos esos lu- gares naturales tan hermosos estuvieran bajo amenaza de destrucción por una mina de oro. Como muchos otros, yo no tenía ni la más mí- nima idea de lo que era la minería a cielo abierto. Walter me contaba que la gente de Esquel estaba en desacuerdo, pero no todos, estaba polarizado el tema. Muchos no tenían empleo y poco tiempo atrás ha- bía cerrado el frigorífico más importante, que daba trabajo a muchos esquelenses. La mina presentaba una buena oportunidad frente a la catastrófica situación económica que, como millones de otros argen- tinos, vivían luego de atravesar la crisis de 2001. A la par, las pintadas con aerosol en las paredes de las calles comenzaban a verse, en las entradas de los negocios pegaban stickers y carteles con la leyenda “No a la mina”, y por entonces ya había nacido la Asamblea de Vecinos Autoconvocados. La gente de Esquel comenzaba a manifestarse en las calles. Al principio eran 50, luego 100, 200, 500, e iba creciendo a me- dida que iba pasando el tiempo, hasta llegar a 3.000 y 5.000 personas.

Esa misma noche les cuento a mis amigos en el hotel lo que me había enterado en el viaje de vuelta de Piedra Parada. Estaba indig- nado. Tenía ganas de hacer algo, pero no sabía qué hacer ni cómo ayudar realmente. Noche de preocupación. Comenzamos un debate entre amigos productores y camarógrafos que compartíamos tertu- lias. Y fue así que Cristián Harbaruk y yo dijimos: “Hagamos un documental”. Realmente era lo único que sabíamos hacer: filmar y contar historias.

Nos propusimos comenzar a filmar todo lo que estaba sucediendo en las calles, sin saber bien en qué podía terminar todo este asunto. Solicitamos ayuda a nuestros amigos camarógrafos y productores, parte de este equipo gigante de producción. Les pedimos que si noso- tros no estábamos presentes en la ciudad por estar trabajando a varios kilómetros de distancia y se enteraban que había manifestaciones o que sucedía algo en las calles, por favor salieran a filmarlas con la cá- mara que tuvieran a mano. Lo importante era registrar los hechos de la mejor manera posible. Es por eso que en el documental se pueden ver distintas texturas en la imagen, propias de las diferentes cáma- ras que se fueron usando. Además, si nos perdíamos algo importante, corríamos al canal de televisión local esa misma noche para copiar imágenes del día.

Así empezamos. Durante 2003 nos quedamos cuatro meses vi- viendo y filmando en el pueblo de Esquel. Cada día era muy intenso. La gente dejaba sus trabajos para ir a manifestarse y marchar en las calles, o se enteraba de que el gobernador estaba en tal lugar y se dirigían hacia ahí para hacerse escuchar. Y detrás, nosotros, porque creíamos que de algo podía servir todo esto.

Tomás Ocampo, maestro de música de escuela primaria y mili- tante por No a la Mina nos contaba en una entrevista:

Cuando nosotros empezamos a decir “¿qué es una mina de oro?”, “¿de qué manera la extracción?” “La contaminación…”, que esto, que el otro…, empezamos a descubrir quién es, y que llegó la globa- lización a la puerta de tu casa, ¿viste? El imperialismo con todo y ¿viste?, empezás a descubrir que el enemigo es gigante. Te ponés a analizar, bueno, en San Juan está la Barrick Gold, y ¿quiénes son los principales accionistas de la Barrick? Bush, y no sé, unos ára- bes, y te ponés a decir: “la puta madre, estamos hasta las manos”, ¿viste? ¿Y qué hacemos? Es difícil, ¿viste? Y bueno, ante eso tenés dos opciones: o te quedás inmóvil, atemorizado y horrorizado, o te la jugás ¿viste?, te la jugás como podés.

A Tomás, en esos días de la lucha, lo veíamos con el redoblante en la cintura o megáfono en mano. Se hacía escuchar en las marchas. Un ser inteligente, apasionado y preocupado por el avance de una empre- sa que venía con una inercia difícil de frenar.

Con él realizamos la escena que da inicio a la película. Una no- che de invierno salimos en una camioneta Ford F100 vieja que nos prestaron, Tomás y yo en la caja trasera, Cristián manejaba. Quería- mos acompañarlo en las pintadas de grafitis y filmarlo. Todo tenía que suceder rápido: bajar, pintar y escapar a toda velocidad. Habíamos escuchado a Tomás decir una frase en una asamblea de vecinos au- toconvocados que nos quedó grabada en la mente: “Vienen por el oro, vienen por todo”. Nos parecía que era muy representativa de lo que queríamos contar nosotros. Así fue que pensando el título de la pelí- cula con Cristián surge ese nombre y ese fue el grafiti que pintamos.

Con el tiempo nos enteramos de que Tomás no fue el creador de la frase, el verdadero autor fue Javier Rodríguez Pardo, periodista y lu- chador incansable por el medio ambiente, constructor de un discurso crítico a los consensos desarrollistas. Javier y nosotros compartimos días de rodaje en Esquel y en San Juan, donde intentamos ingresar juntos a la mina Veladero. Obviamente no nos dejaron, y además nos persiguieron por la ciudad con camionetas, sacándonos fotos con te- leobjetivos en una actitud sospechosa. El último recuerdo que tengo de Javier fue que lo invitamos a ver el corte final del documental en la isla de edición, antes de cerrarlo. Nos hizo una devolución hermosa que nos llenó de orgullo, porque además era crítico de cine. Javier ya no está entre nosotros. Fue un honor que nos dejara usar su frase, que además termino dando título a su libro Vienen por el oro vienen por todo. Las invasiones mineras 500 años después.

Durante la producción del documental entrevistamos a mucha gente: representantes de la minera, al intendente de Esquel, a aboga- dos, contadores, médicos investigadores y geólogos. Visitamos tam- bién el yacimiento, que ya estaba en etapa de exploración, para que nos cuenten lo que iban hacer allí arriba. Filmábamos, filmábamos y filmábamos. Entrevistamos a trabajadores, desempleados, periodis- tas, gente que estaba en contra y a favor de la mina. No era fácil acce- der a ellos, porque había miedo, no les gustaba la cámara.

A medida que pasaban los días, nuestro conocimiento del tema minero y cuidado del medio ambiente iba creciendo. Lino Pizzolon, biólogo y docente del Laboratorio de Ecología Acuática de la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, nos contó en su laboratorio de qué se trataba realmente este proyecto. Era un yacimiento de oro diseminado, por lo cual sólo cabe su explotación a cielo abierto. El proyecto inicial cubría un área de 2,5 kilómetros de longitud por 500 metros de ancho situado en el extremo sur del Cordón Esquel y a 5 kilómetros de la ciudad. La extracción del mineral se realizaría dinamitando 30.000 toneladas de roca por día, reduciéndolas a polvo (70 micras). El oro se separa y extrae, tratando el mineral molido con cianuro de sodio (2,7 tonela- das por día) disuelto en agua. Las consecuencias de esta tecnología incluyen, en primer lugar, un enorme consumo de agua, con poten- cial agotamiento de arroyos. En segundo lugar, probables problemas

sonoros por las explosiones y generación de polvos contaminantes, lo cual es especialmente problemático durante el verano, cuando el recurso de agua es crítico. En tercer lugar, el riesgo de accidentes de todo tipo durante el transporte y uso de estas enormes cantidades de cianuro, considerado uno de los venenos más potentes que se cono- cen. Es suficiente una cantidad equivalente a la de un grano de trigo para provocar la muerte de un adulto, y puede ingresar al organismo por todas las vías posibles: conjuntival, dérmica, digestiva y respirato- ria. Los problemas de la acción residual del cianuro y compuestos de- rivados pueden permanecer aún por décadas luego de la finalización de la explotación. Por último, esta técnica podría resultar también en la producción de drenajes ácidos –incluso después de finalizada la explotación– que tienen como consecuencia la solubilización de me- tales pesados, también altamente tóxicos. A la mina le calculaban una vida útil de diez años, pero sus efectos continuarían contaminando las aguas de arroyos, lagos y las subterráneas por siglos, como se ha producido en muchos sitios con minería a cielo abierto.

Los abogados del No a la Mina –entre los cuales estaba Gustavo Macayo, profesor de abogacía en la facultad y con un compromiso profundo con la defensa de las tierras de las comunidades mapuches– lograron que el gobierno provincial llame a una consulta popular, no vinculante, para votar por “Sí” o “No” al emprendimiento minero. Emergieron las campañas publicitarias de los dos lados. Por parte de la minera se realizaban charlas junto a representantes del gobierno provincial y municipal, signo claro de que estaban de su lado. Entre- garon folletos ilustrados con dibujos infantiles en las puertas de las casas, repartían bolsas de alimentos, garrafas de gas y zapatillas a los sectores más carenciados. En la televisión se veían publicidades que decían “Esquel, una ciudad de oro” y que prometían beneficios labo- rales si votabas por “Sí a la mina”. Incluso como cierre de campaña trajeron al grupo de cumbia Ráfaga al polideportivo del pueblo, por esa época estaba de moda su canción “Agüita”El “No a la mina”, más austero en presupuesto pero con mucha creatividad, daba charlas en los barrios para concientizar sobre lo que significaba instalar una mina a cielo abierto, y proyectaba videos y documentales en sábanas blancas que funcionaban como pantallas al aire libre. Los diarios, las radios y la televisión también eran protagonistas: colaboraban para uno y otro bando, algunos por convicciones, otros porque recibían dinero vendiendo espacios o segundos de publicidad de la minera. En ese momento, la gente tenía mucha información; era admirable escucharlos, parecían geólogos, químicos, hidrólogos. Ese fue un fac- tor importante que notamos como cineastas: cualquier persona del pueblo te podía explicar lo que sucedía, nadie era ajeno.

IMAGEN 2. FOTOGRAMA DE LA PELÍCULA vienen por el oro, vienen por todo

Fuente: D’Alo Abba, Pablo y Cristian Harbaruk (2009).

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IMAGEN 3. DETRÁS DE CáMARA

Referencias: Daniel Ortega supervisando la imagen, Alejandro Arias con el micrófono, Pablo D’Alo Abba con la cámara, Edith la peluquera y Elsa Coralini sentada, una de las protagonistas de la película. Fuente: Cristian Harbaruk (2006).

El 4 de marzo de 2003 se hizo la consulta popular no vinculante por “Sí” o “No” al emprendimiento minero. Se votaba en todas las escue- las de Esquel. Nos levantamos temprano, hacía frío, la radio de la camioneta era una guía para movernos y saber en qué escuela había más gente. Veíamos filas y filas de ciudadanos esperando su momento de dar el voto. Era llamativo ver ancianos con ganas de votar. Entre los vecinos se armó una caravana de autos que empezaron a recorrer el pueblo y a llevar y traer gente que no tenía cómo moverse de sus casas. La minera había monopolizado los taxis para su gente, a fin de que la gente del No no pudiera ir a votar. Al final de la tarde comenzó el recuento de votos. Nosotros estábamos apostados tanto en el comité del “No” como en el del “Sí”. Las mesas de las escuelas iban informan- do los resultados. Frente al comité del “No a la mina” se gritaba cada mesa que se le ganaba al “Sí” como si fuese un gol. En el comité del “Sí a la mina” no había prácticamente gente, los pocos que podíamos filmar ya estaban con la cara de la derrota. Entrada la noche, el “No” había ganado por el 82% de los votos. En las calles del pueblo se vivía una alegría inimaginable, parecía que Argentina había ganado cinco mundiales de futbol seguidos: 7.000 personas marchando, grandes y chicos, cantando, con banderas. Eran 7.000 almas felices de haber logrado algo impensado.

Nosotros nos subíamos a los techos de los edificios con la cáma- ra para poder tomar la mejor imagen que describa el mar de gente. Estábamos tan conmovidos como ellos. Había que sacar el ojo de la cámara y secarse las lágrimas para poder seguir filmando. Noche de felicidad. Una batalla ganada. Los medios nacionales estaban allí, en el pueblo, y la noticia llegó al mundo. Pero sabíamos que las leyes se- guían intactas, la minera seguía con sus oficinas ahí en el pueblo y el oro seguía en la montaña. ¿Podía este resultado cambiar las políticas económicas nacionales y los objetivos de una empresa minera cana- diense?

RELATOS CON FODOO DE MONTAÑA

Volvimos a Buenos Aires a descansar y trabajar cada uno en lo suyo. Al año siguiente me llama Cristián y me propone volver a Esquel para el aniversario del plebiscito. Los dos sabíamos que teníamos bastante material filmado de marchas y asambleas, pero necesitábamos con- seguir acceso a los protagonistas de la lucha, tener su voz. En aquel momento de euforia era imposible lograr que te den una entrevista porque estaban librando su propia guerra. Así fue que volvimos por siete días, los dos solos; Cristián hacía el sonido y las entrevistas, y yo hacía la cámara y la fotografía. Los dos producíamos y dirigíamos, los dos cocinábamos, los dos manejábamos. Un equipo de dos es ideal para moverse rápido y no intimidar a nadie cuando filmás a personas que no están acostumbradas a estar frente a una cámara, y menos a que ingresen en sus casas. Nos alojamos en una habitación muy pe- queña detrás del restaurant La Vascongada, propiedad del padre de Walter Torres. Era un hotel que ya estaba en desuso, pero a nosotros no nos importaba: filmábamos todo el día en la calle y sólo volvíamos a dormir.

Esta vez nos propusimos buscar y escuchar las voces de las dos campanas por igual, del “Sí” y del “No. Ya sabíamos quiénes eran. La tormenta ya había pasado, podían atendernos. Y así fuimos dando con ellos. Lo interesante era buscar una visión lo más plural posible para entender cómo pensaban y por qué elegían esa postura. Distintas eda- des, distinta clase social y económica. Cada plano que filmás y cada ángulo de cámara que elegís cuenta una particularidad del personaje. Les pedimos pasar un tiempo con ellos, filmarlos para saber cómo vi- vían, cómo era su casa, cómo era su familia, qué les gustaba hacer en sus momentos de ocio, verlos trabajar… y mientras, charlábamos con la cámara prendida. No queríamos hacer un documental de personas dando entrevistas a cámara; un rostro puede decir muchísimas cosas sin necesidad de abrir la boca. Queríamos verlos en su vida cotidiana para que el espectador conozca a la persona con más elementos que una voz y pueda identificarse así con unos y con otros antes de tomar partido en el asunto.

Del segundo viaje nos fuimos muy contentos. Conocimos en pro- fundidad a los personajes que luego serían los protagonistas del do- cumental, filmamos muy buenas secuencias y en lo personal aprendí mucho sobre el valor de la naturaleza en nuestras vidas, sobre la mi- nería y lo que llamamos vida en general. Flavio Romano, el médico pediatra, tenía tal claridad para ver lo que estaba ocurriendo en el pueblo y lo que había sucedido en la historia de la humanidad con temas ambientales y sociales, que fue un gurú para nosotros. Ángel “Chiche”, un contador que alquilaba las oficinas a la minera, nos abrió su casa muy amablemente sin conocernos y de manera desinteresada nos llevó a pescar al lago Futaláufquen en su lancha. Él estaba a favor del “Sí”, sus amigos que jugaban al póker quedaron retratados en una secuencia del documental tan natural como real. Íbamos de casa en casa, tratando de entender al complejo ser humano que se mueve por convicción y por intereses.

Una de las secuencias que más me gustó filmar fue la de José, el changarín, que quedó al principio de la película. José vivía en una ca- silla de madera muy pequeña de cuatro metros cuadrados al costado del camino, cruda y desprovista de todo. Se levantó con la oscuridad de la madrugada para ir a trabajar como ayudante de un camión de reparto de verduras. Se vistió, se lavó la cara en una canilla que estaba a quince metros de su casa, se peinó mirando un espejo roto del tama- ño de una foto carnet mientras una sonrisa invadía su cara. Cerró con candado la casilla y corrió quince cuadras para no llegar tarde. Subía y bajaba cajones de verduras mientras sonreía. Él tenía esperanza de trabajar en la mina, pero no le convencía del todo tener que gastar dinero comprando agua mineral o remedios si se instalaba. Prefería estar así, “así se está bien”, nos dijo.

El medioambiente era el tema que siempre estaba en boca de todos. Era el gran conflicto. A cada casa que íbamos a filmar, si te asomabas por la ventana, veías las montañas en las que iba a estar la mina. Era imposible que no se preocuparan sobre lo que iban a hacer en el patio de su casa.

Luego de ese viaje nos juntamos con Hugo Castro Fau, productor ejecutivo de varias películas del director Pablo Trapero, en su nueva productora. Al ver las secuencias que habíamos editado, nos alentó a que nos tomemos muy en serio la idea de hacer una película. La temática del medioambiente comenzaba a asomarse en los festivales internacionales de cine y tenía una ventana de proyección importan- te. Todo sonaba muy alentador, el sueño de hacer una película se iba convirtiendo en realidad. Nos juntamos con Alejandro Arias y arma- mos un trailer que contaba la problemática general, no solo el caso de Esquel, sino qué ocurría políticamente con este tema a nivel nacional. Porque –no nos olvidemos– sigue habiendo una ley minera que avala proyectos como el de Esquel. El paso siguiente fue escribir carpetas para enviarlas a fondos internacionales de fomento y pedir un subsi- dio al INCAA. La mayoría de los fondos a los que escribimos nos die- ron su apoyo: Jan Vrigman Fund de Holanda, Ibermedia de España y el INCAA. Incluso una productora donde yo trabajaba, Peluca Films, nos dio ayuda económica y recursos para financiar el rodaje del tercer viaje.

Hacer una película independiente implica un compromiso y es- fuerzo muy grande. Y mucho más para dos personas que no tenían otra alternativa y decidieron hacerlo todo: investigar, pre-producir, conse- guir financiación, hacer la cámara, la fotografía, el sonido, las entrevis- tas y luego el guion, el montaje. No hay fórmulas de trabajo. Sabés por dónde encarar pero siempre te va a sorprender. En el documental hay que adaptarse rápido porque las cosas suceden solo una vez.

LA FORMA DEL SUR

En 2006 volvimos a Esquel con un guion bajo el brazo que había es- crito Santiago Giralt. Era una guía de secuencias y diálogos para tener en cuenta que nos serviría para visualizar lo que teníamos ya filmado y lo que nos faltaba filmar. Nos subimos a un pequeño Fiat Palio los cuatro integrantes que haríamos lo que faltaba de la película: Daniel Ortega –el director de fotografía–, Alejandro Arias –esta vez como so- nidista–, Cristián y yo. El techo cargado de equipos y tapados por bol- sos con ropa para pasar un mes de frío. Rumbo a la Patagonia, a la bella ciudad de Esquel.

El primer destino fue la ciudad de Trelew. Queríamos entrevistar al exgobernador de Chubut, una pieza fundamental para que la mi- nera se instalara en 2003 en Esquel. Ya retirado de sus funciones, lo visitamos con la excusa de que estábamos produciendo un video de turismo en Argentina. El tema minero era algo delicado, debíamos abordarlo cuando entráramos en confianza. Pasadas las horas, llega- mos al punto. Parados frente a la costa del mar de Rawson, nos dijo:

De ninguna manera se podía pensar que yo iba a propiciar algo que afectara a Esquel, que afectara la ecología de Esquel, el medioam- biente de Esquel. Al contrario, me parecía, por lo que yo pude ver del mundo, que no he recorrido mucho, pero lo poco que he podido ver y lo poco que he podido leer y lo mucho que me informé, me hacía pensar que era una circunstancia que no podía desaprove- char. La comunidad dijo que no, ellos son los que mandan. Lo que yo pensaba era que Esquel no tiene muchas fuentes laborales por lo menos inmediatas. Bueno, la actividad minera controlada iba a dar una importante posibilidad a un sector de la población. Pero bueno, la gente decidió que no, es su voluntad. Yo vuelvo a repetir, creo que con una absoluta desinformación generalizada. Pero son decisiones, y esas decisiones las toma el pueblo. Diciendo que lo del cianuro iba a ser tétrico, iba a terminar muriéndose todo, que iba a destruirse todo. Cosa que no era cierta, totalmente cierta, era relati- vamente cierta. Pero bueno… así fue y así pasó y así quedó.

El mes de rodaje en Esquel fue una experiencia muy enriquecedo- ra. Nos reencontramos con todas las personas con las que habíamos convivido años atrás, pero ahora teníamos ideas estéticas y narrati- vas mucho más claras. El proceso de filmar un documental con un equipo técnico un poco más grande nos daba la oportunidad de crear nuevas secuencias, así como tener planos y encuadres un poco más elaborados, algo que antes no podíamos hacer porque éramos sólo dos. Apenas volvimos a Buenos Aires, fuimos a Expo Oro, donde en- trevistamos a Jorge Mayoral, secretario de Minería de la Argentina, y a José Luis Gioja, gobernador de la provincia de San Juan, donde hay dos proyectos mineros muy grandes sobre la cordillera: Pascua Lama, ubicado mitad en Chile y mitad en Argentina (en junio de 2018 la parte chilena fue clausurada por el Gobierno), y Veladero, de donde recibimos frecuentes noticias de derrames de cianuro y desechos tóxi- cos. Ambos proyectos de la Barrick Gold.

Es muy interesante ver el paso del tiempo en un documental. Los personajes modifican sus rostros, sus cortes de pelo y también su pensamiento; todo eso se ve en la pantalla. A nosotros, como directo- res, también nos ocurría que a medida que pasaban los años íbamos aprendiendo y entendiendo más y más sobre este tema, y también nos íbamos poniendo más arrugados.

Trabados, sin saber para donde ir con la película, nos detuvimos. Dejamos pasar un poco el tiempo para que decantara el material. Te- níamos ciento ochenta horas filmadas y no sabíamos qué hacer con ellas, no nos gustaba la película que imaginábamos. Recibimos un mail de Holanda: en diciembre de 2009 la película debía ser estrena- da mundialmente en el Festival Internacional de Cine Documental de Amsterdam (IDFA). Ahí estaba lo que necesitábamos, un deadline que nos pusiera en acción. Dejamos todo a un lado y nos internamos en mi casa a terminarla. La mejor idea que se nos ocurrió fue recurrir a una guionista para que nos ayudara a salir de ese estado. Rocío Azuaga vio todo el material y dijo: “La película es así”, y nos contó el film que nosotros habíamos imaginado pero no queríamos hacer.

Uno de los desafíos más grandes fue pensar de qué manera podíamos contarle al público en qué consiste la ley minera de nuestro país, para que todo el mundo la entienda y no sea un momento tedioso. Se nos ocurrió que podía ser una animación, pero teníamos que encontrar un estilo que esté en la línea estética del documental. El estudio Vascolo, comandado por Martin Schurmann y Leonor Barreiro, con las ilustraciones de Pablo Picyk, fue importantísimo con su aporte creativo. También nos parecía interesante que se entienda cuál es el uso del oro en el mundo, y así fue también que en una animación contamos que “el 80% del oro es utilizado como respaldo de la economía mundial, el 18% se destina a su uso como elemento decorativo, y el 2%, al uso dentro de la industria. Solo la joyería y la acumulación de oro como capital privado explican la minería del oro; cubrir los usos industriales no requeriría sacar un gramo más”.

Se nos ocurrió que podía ayudarnos con la voz en off la actriz Ju- lieta Díaz. Ella había colaborado conmigo haciendo unos videos para la ONG Conciencia Solidaria sobre la megaminería y estaba compro- metida con la causa. Y así fue que en cuatro meses aproximadamente terminamos la edición del documental, trabajando la postproducción de sonido y la música con Alejandro Terán, Martín Bosa y Juan Patri- cio Mendoza. Finalmente teníamos una película delante nuestro que nos había llevado siete años concretar.

EL OTRO CIELO

Luego del estreno mundial en Amsterdam comenzó un largo recorri- do por festivales de cine de medioambiente en lugares inimaginables. La película fue muy bien recibida. Recuerdo que en México, una se- ñora en el público me dijo: “Es un claro ejemplo de lo que tenemos que hacer como sociedad cuando tenemos algún problema: unirnos. Nos da herramientas para luchar. Pero lo difícil de hacerlo aquí en México es que si nosotros actuamos como el pueblo de Esquel, nos meten una bala y nos matan de una”. Ahí tomé conciencia del pueblo de Esquel y su lu- cha pacífica; pudieron manifestarse en paz e intercambiar opiniones dialogando. Hubo cosas que no fueron tan “dialogadas”, pero nada grave, nada que lamentar. Pudieron entenderse y pudieron decidir en qué futuro querían vivir. El problema minero los unió como sociedad.

El estreno comercial en salas se realizó primero en el cine de Es- quel, el 6 de enero de 2011. El cine se llenó de gente, todas las funcio- nes estuvieron colmadas. Era increíble ver en la pantalla tantos años de lucha y todos los protagonistas sentados en la función. Fue una de las experiencias más hermosas que me tocó vivir. Hasta José, el chan- garín, vino al estreno a verse en la pantalla gigante. Se había enterado por la radio. Fue una gran alegría ver a todos de nuevo. Gustavo Ma- cayo, el abogado, nos dijo: “Nunca nos imaginamos que alguien nos filmaba, nosotros estábamos preocupados luchando para que no nos metan de prepo la minera”. Noche de esperanza y emoción.

Luego, la película recorrió sesenta festivales internacionales, ganó trece premios a mejor película y se estrenó en todos los con- tinentes. Se difundió en las escuelas de Argentina como material de aprendizaje y un distribuidor compró los derechos para proyectarla en universidades de Estados Unidos. Nuestro objetivo estaba cumpli- do, habíamos ayudado a contar la épica historia de Esquel.

Nunca más se realizó una consulta popular, nunca más un pueblo logró frenar al poder económico y político como lo hizo el pueblo de Esquel. Sin embargo, la minera sigue teniendo sus oficinas en Esquel, la ley minera nacional sigue intacta y el oro sigue en la montaña.

A la distancia, creo que todo lo que nos sucedió no fue una simple casualidad. Como directores, en ese momento era imposible imaginar el recorrido que iba a tener la película. Nos dejó un aprendizaje como personas y como profesionales. Hoy nos hace creer que siempre po- demos elegir nuestro futuro, que es importante luchar y no bajar los brazos. Y eso nos lo enseñó la gente de Esquel. A ese admirable pueblo de Esquel fue dedicada Vienen por el oro, vienen por todo.

Por: Pablo D’Alo Abba

Fuente: Arte y ecología política. Gabriela Merlinsky y Paula Serafini (Editoras)

Last modified: 11/02/2022

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