Un reto para la izquierda latinoamericana y caribeña

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Jorge Dimitrov, abogado búlgaro y Secretario General de la Tercera Internacional entre 1934 y 1943, (también conocida como la Internacional Comunista), en su Informe ante el VII Congreso de esta entidad el 2 de agosto de 1935, denunciaba al fascismo como “la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero.” Señalaba, además, que el “desarrollo del fascismo y la propia dictadura fascista revisten en los distintos países formas diferentes, según las condiciones históricas, sociales y económicas, las particularidades nacionales y la posición internacional de cada país.”

El texto citado se produce dentro de un contexto internacional particular. En España se había proclamado en 1931 la Segunda República echando abajo la monarquía. A partir de su proclamación se desarrollaron importantes luchas entre las diversas corrientes políticas e ideológicas de izquierda favorables a la República; como también la oposición por parte de los sectores latifundistas, militares, del capital financiero, monárquicos y la Iglesia Católica, promotores unos de la vuelta al pasado, otros desde una perspectiva republicana burguesa. En Italia, Mussolini se había posicionado una década antes en el control del aparato estatal, impulsaba su sueño expansionista aspirando a revivir en el Mediterráneo y vastas regiones de África, el Imperio Romano de antaño. En Japón, la casta militar y el complejo industrial se posicionaba en el control de vastas extensiones territoriales en China, la península de Corea y otras regiones el en Sudeste asiático, expoliando sus recursos naturales y aspirando a su control hegemónico en una orgía de sangre. Mientras estos eventos se desarrollaban, en Alemania, Adolfo Hitler y el Partido Nacional Socialista (NAZI) se hacían con el control del Reich, encaminándose al rearme del país, la persecución sin cuartel contra judíos, comunistas, socialistas y todo tipo de disidentes; mientras adelantaban su plan de invasiones hacia el resto de los países europeos y la Unión Soviética, ello predicado en la superioridad de la raza aria y su propia versión sobre el “destino manifiesto” para el pueblo alemán.

Nos decía también Dimitrov en su Informe ante el VII Congreso de la Tercera Internacional que, en algunos países, “principalmente allí, donde el fascismo no cuenta con una amplia base de masas y donde la lucha entre los distintos grupos en el campo de la propia burguesía fascista es bastante dura, el fascismo no se decide inmediatamente a acabar con el parlamento y permite a los demás partidos burgueses, así como a la socialdemocracia, cierta legalidad. En otros países, donde la burguesía dominante teme el próximo estallido de la revolución, el fascismo establece su monopolio político ilimitado, bien de golpe y porrazo, bien identificando cada vez más el terror y el ajuste de cuentas con todos los partidos y agrupaciones rivales, lo cual no excluye que el fascismo, en el momento en que se agudiza de un modo especial su situación, intente extender su base para combinar –sin alterar su carácter de clase—la dictadura terrorista abierta con una burda falsificación del parlamentarismo.” De lo anterior, deduce, que propiamente el fascismo no es “un simple cambio de gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma de dominación de la clase burguesa –la democracia burguesa, por otra, la dictadura terrorista.”

A base de la experiencia vivida por Dimitrov, particularmente en Alemania, el fascismo subió al poder ofreciendo muchas reivindicaciones para distintos sectores y clases sociales. Por ejemplo, a los obreros y trabajadores, les prometió mejores salarios, la eliminación del desempleo y la creación de nuevos puestos de trabajo; a los jóvenes trabajadores les prometió un nuevo porvenir; a los empleados, funcionarios e intelectuales, el fin de la especulación de la banca y los consorcios comerciales; a los campesinos pobres, acabar con sus deudas y vasallaje, suprimir las rentas y llevar a cabo procesos de expropiación a terratenientes con la distribución de tierras a los sin tierras. Para cada sector social, había una promesa, una ilusión. De ahí que nos planteaba que el fascismo se posiciona en el poder con un discurso demagógico, de hecho, adaptado en cada país a sus particulares circunstancias, aprovechando de paso las diferencias y divisiones de los sectores populares a los cuales apela, mientras el capital financiero, por su parte, articula mecanismos de unidad y concordia para enfrentar a los trabajadores en general.

La historia demostró las consecuencias del fascismo precisamente para aquellos sectores sobre los cuales prendió el apoyo al mismo, ello a pesar de que oportunamente se advirtió sobre tales consecuencias y se propusieron opciones para evitar o detener su ascenso al poder.

En su Informe, Dimitrov postulaba una propuesta consistente en la creación de un “frente único” que permitiera el desarrollo de la clase obrera a partir de cada unidad de producción, de cada barrio, de cada región, en cada país y a escala internacional. El frente propuesto, suponía no solo el desarrollo de alianzas organizativas entre las diferentes corrientes del movimiento obrero, sino también la concertación en acciones de masas que enfrentaran esa ofensiva fascista en el plano de la lucha de clases. Sobre la base de la formación de este frente único de la clase obrera, proponía el desarrollo de un frente popular antifascista, capaz de unir diferentes sectores del pueblo y sus organizaciones de base desde una postura antifascista; como también llevar ese esquema de colaboración y concertación a nivel sectorial en el caso de la juventud y las mujeres, así como a nivel de los sindicatos. De esa suma de frentes, a partir del modelo de frente único, se desarrollaría el frente antiimperialista en el plano internacional, particularmente en los países y pueblos colonizados.

A partir de este VII Congreso, en países como Francia, España e incluso Alemania, los frentes populares fueron esenciales en la lucha frontal anticipada contra el fascismo. En el caso particular de España, dentro del auge que representó el sentimiento republicano tras la proclamación de la Segunda República, en las elecciones de 1936 una coalición de izquierdas agrupadas en el Frente Popular, llegó al gobierno de la República. Cinco meses después, tras el Golpe de Estado del 16 al 17 de julio, se desata la Guerra Civil donde el apoyo brindado por Alemania e Italia, unido al bloqueo en armamentos al gobierno legítimo de la República por parte de la Sociedad de Naciones, sería crucial en la derrota republicana en abril de 1939.

Traemos estas reflexiones hoy a la luz del triunfo del candidato a la presidencia de Brasil en la segunda vuelta electoral efectuada el pasado domingo por el Partido Social Liberal, Jair Bolsonaro. Con una participación en los comicios de 105,023,248 electores, lo que representa el 90.43% de las personas con capacidad para votar en Brasil, Bolsonaro obtuvo el favor de 57, 797, 456 votos, equivalentes al 55.13% de los electores, frente al candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad, quien capturó 47,040,819 millones de votos, lo que representa el 44.87% de los electores que votaron en las urnas. En el proceso hubo 2,493,830 millones de votos en blanco, mientras que se contabilizaron 8,616,592 votos nulos. Si se suman estas últimas dos partidas, prácticamente estamos hablando de 10.7 millones de votos, poco más de la diferencia en votos entre Bolsonaro y Haddad.

La segunda vuelta demostró la existencia del desgaste en votos del Partido de los Trabajadores que, en las elecciones de 2006, con Inacio Lula Da Silva en la papeleta, en primera vuelta alcanzó el 48.61% de los votos, y en segunda vuelta el 60.82%; o ciertamente, con un por ciento menor en votos, el triunfo de Dilma Rousseff en las elecciones de 2010. La segunda vuelta, además, demostró que las ideas sobre las cuales se sostuvo la Dictadura Militar en Brasil durante veinte años, estaba aún presente en los sectores más reaccionarios del capital financiero de este país.

Como hemos descrito antes a Bolsonaro, se trata de un ex capitán de las fuerzas armadas de Brasil en una División de Paracaidistas, que durante su campaña electoral, en varias instancias asumió comportarse al estilo de su homólogo político e ideológico, Donald Trump. Ambos, Bolsonaro y Trump, exhiben un discurso racista, xenófobo, machista, de claro desprecio hacia la comunidad LGBTT, y claro está, de total y clara entrega a los intereses del capital financiero, guerrerista y neoliberal en sus respectivos países. Destaca en el caso de Bolsonaro que, entre sus referentes a emular desde la presidencia, se encuentra la figura de Alberto Fujimori y entre los métodos de gobierno, precisamente los encabezados por la Dictadura Militar en Brasil entre 1965 y 1985. Otro ejemplo a seguir por Bolsonaro es la experiencia de la Dictadura impuesta a partir del Golpe de Estado por Augusto Pinochet en Chile el 11 de septiembre de 1973, de quien Bolsonaro señala, debió eliminar más gente.

En sus primeras declaraciones tras la certificación del triunfo electoral, Bolsonaro dejó claro sus planes inmediatos al señalar que era hora de que su país dejara de “seguir flirteando con el comunismo, socialismo, populismo y con el extremismo de izquierda”. Si bien de manera demagógica indicó que su gobierno será uno dirigido a defender “la Constitución, la democracia y la libertad”, no podemos olvidar como indicamos, que antes se expresó a los efectos de hacer en Brasil lo que Fujimori había hecho antes en Perú disolviendo el parlamento. Por eso hay que desentrañar el alcance de sus palabras cuando habló de que bajo su gobierno el país sería pacificado. Ese mismo discurso de pacificación es el que se ha acompañado históricamente de la expresión de “ley y orden” bajo las dictaduras militares.

Sus expresiones de carácter chauvinista, llamando al pueblo a que bajo su gobierno Brasil recuperaría el “respeto internacional”, como si en algún momento Brasil lo hubiera perdido; y la referencia en materia de relaciones exteriores, a los efectos de que estarían liberadas de una “tendencia ideológica”, como si su propuesta de gobierno no fuera también ideológica, apunta a un alineamiento en materia de política exterior con los planes de Estados Unidos hacia América Latina y un alejamiento de los procesos de integración latinoamericana y caribeña de los cuales ha venido participando hasta muy recientemente Brasil desde comienzos del presente siglo.

A pesar del triunfo de Bolsonaro, el resultado de estas elecciones deja a un Brasil profundamente dividido donde sus asimetrías sociales y económicas serán la base de futuros enfrentamientos entre los sectores obreros, campesinos, intelectuales, estudiantes, residentes en comunidades pobres y sectores populares y aquellos que serán usufructuarios del nuevo gobierno y de los intereses de clase que representa.

Lo ocurrido en Brasil obliga a una profunda introspección dentro de la diversidad de los sectores de izquierda en este país. Dentro de esta realidad, hay que preguntarse el por qué en un país donde el voto es obligatorio, en unas elecciones tan cruciales, sobre todo de cara a la segunda vuelta, poco más de 30 millones de personas se abstuvieron de ejercer el derecho al voto. Hay que preguntarse las razones por las cuales millones de electores que en el pasado votaron por el PT en las elecciones de primera o segunda vuelta, en esta ocasión se movieron desde un apoyo a esa izquierda, al apoyo de un candidato de derecha. Hay que analizar, además, cuánto daño ocasionaron las imputaciones sobre corrupción a múltiples candidatos electos del PT durante el desarrollo de sus mandatos, incluyendo las imputaciones hechas tanto a la presidenta Dilma Rousseff como al propio presidente Lula y las responsabilidades, si alguna de tales dirigentes en la manera de atender tales señalamientos.

Pero si bien este ejercicio crítico y autocrítico es necesario, más aún, resulta impostergable una profunda reflexión sobre el porqué, ante una candidatura como la de Bolsonaro, la izquierda no fue capaz de articular una política de frente amplio más abarcadora que realmente se convirtiera en una muralla infranqueable ante los avances de la extrema derecha en Brasil. Las tesis de aquel VII Congreso de la Tercera Internacional, desde la distancia que representa una propuesta articulada tantas décadas atrás, no dejan de ser un punto de partida en el análisis y formulación de una propuesta alterna para el Siglo 21 en América Latina, particularmente a la luz de lo que ha venido ocurriendo en países como Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Paraguay, Honduras y Brasil, por mencionar aquellos en los cuales los avances temporales de la izquierda se han visto frenados o revertidos

Hoy, en momentos en que el fascismo avanza peligrosamente en Brasil; en momentos en que como indicamos, muchos de los avances de los procesos políticos en América Latina se revierten; en momentos en que las clases capitalistas en nuestros respectivos países se derechizan más y más; y en momentos en que el modelo neoliberal se sigue entronizando en nuestras economías; el pueblo organizado debe dar su respuesta, retomando viejas y creando nuevas formas de avanzar, ello a partir de la unidad en la lucha. Esa es la tarea más importante en esta coyuntura histórica.

Por: Alejandro Torres Rivera
Gráfico: Fiestoforo

Last modified: 07/11/2018

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