Pueblos mágicos, pueblos libres: rebeliones negras en América

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La magia de los pueblos

Desde mi infancia he sido impactado por la magia. Tanto por aquella que puede realizarse mediante trucos, prestidigitaciones de azar o ilusionismos asombrosos, pero sobre todo por la magia de los pueblos, cuando ésta es puesta al descubierto por la literatura. En determinados momentos, lo asalta a uno la magia misma de las aldeas y pequeños poblados donde el olvido parece oponer resistencia, y de súbito vuelca sobre nosotros sus íntimos misterios. La literatura hispanoamericana está poblada de estas magias, desde las halladas por Alejo Carpentier en El reino de este mundo, donde narra su asombro ante el reino africano de Henri Christophe en Haití, en un fenómeno que él califica de maravilloso; hasta las transfiguraciones de lo real acaecidas en la isla perlífera de Enrique Bernardo Núñez en Cubagua; en la Comala de Juan Rulfo en Pedro Páramo y del Macondo en Cien años de soledad de García Márquez no hacen sino corroborar cómo desde humildes poblaciones remotas pueden urdirse tramas alucinatorias.

En el pueblo de San Felipe (Yaracuy) donde nació mi madre Narcisa; o en la pequeña aldea de Atarigua (Lara) de donde es oriundo mi padre Elisio, en el caserío de La Candelaria de Lara de donde es originario a quien considero padrino, Alirio Díaz, uno de los grandes guitarristas del mundo, y de otros tantos pueblitos donde me alimenté de aquellas magias, así como de otras tantas otras aldeas marinas o andinas, mi espíritu se paseó en un corredor de maravillas como el Escuque de Ramón Palomares, o el Canoabo de Vicente Gerbasi. De repente andas solo en medio de calles sin nadie, donde solo acechan fantasmas; o marchas en la solitaria madrugada arropado con niebla de misterio, y esas pueden ser aventuras tan grandes como las del preclaro Odiseo. Tierras repletas de mitos, símbolos o imágenes fabrican dentro de nosotros poderosas sensaciones presentidas.

María Lionza y el Negro Miguel

El mito de María Lionza fue omnipresente durante mi adolescencia en Yaracuy. Cuando después me di a investigarlo o recrearlo, me encontré allí con elementos de fuerza extraordinaria, que he glosado en varios trabajos de ficción y ensayo en algunos librosi. Se trata de un mito fundacional y raigal que está en la base de la historia anímica de nuestros pueblos indios y negros. Pues si no entendernos nuestros mitos tampoco podemos entender nuestra historia; y si no podemos interpretar la historia tampoco podríamos entender la realidad. No me refiero por supuesto a aquella “historia anticuaria” de la que hablaba Nietzsche –una suerte de reservorio de datos añejos usados para manipular el poder—sino a una historia viva, transformadora, una historia que sólo tiene sentido si podemos avanzar en lo cualitativo humano; mas no en la represalia o a la traición de los deseos del pueblo; una historia guiada por el espíritu de justicia.

Cuando observamos la historia del negro Miguel de Buría en plena época de la fundación de Nueva Segovia (actual Barquisimeto) en el año de 1552, y cómo Miguel fue capaz de enfrentar la injusticia perpetrada por el entonces Pedro del Barrio quien lo tenía a Miguel como un esclavo para “oler” el oro como un sabueso y enriquecerse con el precioso metal que extraía de las minas del Real de Minas de San Felipe de Buría. Un buen día el negro Miguel se le rebeló, huyendo y escondiéndose en un cumbe junto a sus hermanos negros e indios, en esa zona selvática occidental -donde había tribus jirajaras- para coronarse Rey de Buría al lado de los suyos, a Guiomar a la que coronó Reina y a su hijo lo hizo Príncipe, y hasta un Obispo de iglesia disidente de la iglesia católica. Entonces lo hacen perseguir por desde la ciudad de Nueva Segovia por un ejército comandado por Diego García de Paredes que logró resistir los primeros embates y luego hubieron de solicitar refuerzos de El Tocuyo con Diego de Losada para frustrar la rebelión, hasta que lograron sorprenderle emboscándolo de noche, y le dieron muerte. Aunque otra versión dice que Miguel de Buría logró huir, se escondió en la montaña de Curduvaré en un sitio llamado Gamelotal y se encontró más adelante con María Lionza, quien lo salvó y lo integró a su corte, llevando consigo unas mulas cargadas de oro que había tomado de la mina de Buría. Otro relato nos informa que ambos huyeron y que la reina Guiomar y María Lionza son la misma persona.

Es una imagen ciertamente poderosa la del Negro Miguel rodeado de jaguares, dantas, panteras, boas, báquiros y otros animales; tomando por esposa a la Reina Guiomar (María la Guiadora) –que bien pudo ser una encarnación de María Lionza, como ya hemos inferido— logrando derrotar a varios regimientos de hombres enviados para atraparlo. La reina Guiomar también se había salvado y está protegida por animales, dando origen así a la leyenda de María Lionza por operación sincrética de la virgen María de Talavera de Nívar (Nirgua) y de María de La Onza (la Danta), imagen usada por los sacerdotes capuchinos para proteger las creencias de los jirajaras realizando el sincretismo de Guiomar con la Virgen María de la Iglesia Católica, para salvar y protegerla de de los sanguinarios conquistadores. Por cierto, este suceso de Buría ha dado lugar a varias novelas, entre ellas una del escritor venezolano Miguel Arroyo en su magnífica obra El reino de Buría, que no ha merecido aún la justa atención de la crítica especializada. Por su parte, el escritor larense Elisio Jiménez Sierra asumió la escritura de una novela dialogal sobre la figura de María Lionza con el título La venus venezolana. Más allá de la leyenda, este hecho parece constituir el movimiento étnico social en el cual se plantea el primer movimiento étnico social de la lucha de clases en la Venezuela colonial, la primera rebelión antiesclavista.

Se convierte así María Lionza en una deidad americana con fuerza acuática, lunar, femenina y sexual como no hay otra en su clase en América. Se crea la leyenda con la ayuda del mito, y mediante el mito, a su vez, se recrea en la imaginación de sus devotos, los cuales se cuentan por miles en toda Venezuela y en otros países de América, quienes acuden a sus santuarios en la montaña de Sorte, en la región yaracuyana de Chivacoa para espantar maleficios, solicitar milagros y curas de salud, alejar malas influencias y despojar el espíritu. El Negro Miguel, a su vez, se convierte en el primer rey negro de Venezuela, imponiendo su coraje. Al mezclarse las imágenes paganas con nuestros héroes negros de la Independencia –como el negro Primero Pedro Camejo, los indios Guaicaipuro y Manaure —y otras imágenes santas como las del doctor José Gregorio Hernández– ello viene a consolidar un poderoso santoral de fe y de imaginación colectiva de alto valor espiritual para el pueblo.

El mito aborigen de María Lionza no se podría entender sin la intervención del elemento africano, pues se trata de las dos etnias autóctonas sincréticas nuestras que han sufrido más persecución y exterminio; sin excluir por supuesto el aporte del mestizaje representado por europeos que se mezclaron a estas razas y dieron origen al venezolano y al americano de hoy. Numerosos antropólogos, historiadores y arqueólogos como Gilberto Antolinez (el más acucioso investigador del mito), Miguel Acosta Saignes, Juan Liscano, Juan Pablo Sojo, José María Cruxent y otros han abordado el tema de la negritud y el mundo del indio y analizado este complejo asunto del mestizaje.

La trata de negros

Lo cierto es que desde el siglo XVII la trata de negros fue un fenómeno común en Europa; éstos eran capturados para trabajar la tierra en las factorías de los blancos. Desde ese siglo el comercio de negros fue un fenómeno común en Europa, lo cual a la larga generó un problema interno en las propias comunidades negras de África; la mano de obra negra contribuyó a la economía europea; de este modo la esclavitud se convirtió en una institución; se crearon compañías y agentes negreros como La Compañía de Guinea, la cual dotaba de esclavos al sistema imperante entonces. Como principales accionistas de esta Compañía estaban los reyes Felipe V de España y Luis XVI de Francia, monarcas que recibían la cuarta parte neta de los beneficios. La Compañía de Guinea recibiría grandes cantidades de esclavos de África, principalmente del Congo, Senegal y Sierra Leona. Por cierto, una de las mejores narraciones americanas sobre la vida de los negros cimarrones es la del escritor cubano Miguel Barnet, Biografía de un cimarrón, la cual ha merecido el aplauso de la crítica, y recomiendo ampliamente a aquellos interesados en el tema. En la literatura venezolana el tema negro, negroide o afroamericano (hay extensos desacuerdos en la nomenclatura) no es abundante; por el momento recomiendo la novela Nochebuena negra de Juan Pablo Sojo, donde hay un planteamiento novedoso en cuanto a los personajes integradores de la trama, y el libro Tambor. Poemas para negros y mulatos del insigne escritor yaracuyano y amigo, doctor Manuel Rodríguez Cárdenas, donde existe también un abordaje distinto de cuantos se venían haciendo en el país sobre este apasionante motivo, muy en la línea del gran poeta cubano Nicolás Guillén.

Aprovecho estar al medio de esta crónica para evocar mis días de infancia en el pueblo litoralense de Caraballeda, donde estuve en íntimo contacto con la cultura afroamericana, sus toques de tambor de San Juan y en cercanía con la población de ese pueblo ubicado entre el mar y la montaña, donde la música popular estaba empapada de los ritmos caribeños provenientes de los negros: el danzón, la salsa, el merengue, el bolero, el son, todos ellos penetrando la atmósfera de aquel pueblo costero donde transcurrieron tantos días felices. Y por supuesto en el estado Yaracuy, en el Municipio José Joaquín Beroes donde hice tantos amigos en la población afroamericana, y me han brindado real afecto y amistad, sobre todo en el pueblo de Farriar donde la fiesta negra es inolvidable. Aquí debo rendir tributo al prócer de la Independencia, coronel yaracuyano José Joaquín Beroes, zambo nacido en San Felipe hijo de madre africana nacida en Curazao. Este zambo sanfelipeño fue reconocido en las batallas de Pedregal, Cañizos, Sabaneta y Chivacoa; durante la Guerra a Muerte mostró sus habilidades en el campo de batalla, logrando derrotar las huestes invasoras comandadas por el temible Monteverde, y ello le permitió ascender de rango. En San Felipe ya había aprendido a leer y escribir en la escuela de los dominicos. Después realizó varios trabajos militares que probaron su eficacia y valentía, por los cuales obtuvo el grado de coronel. Luego de la disolución de la Gran Colombia, Beroes regresó a su lar nativo, donde pasó sus últimos días con el recuerdo de sus días de gloria. El estado Yaracuy creó una Orden con su nombre que es uno de los reconocimientos que he aceptado con más orgullo, en el año 2007.

No habremos de olvidar la conocida rebelión del zambo Andrés López del Rosario, llamado Andresote, en el siglo dieciocho, quien por 1730 se rebeló contra el monopolio comercial que ejercía la Compañía Guipuzcoana desde Caracas. Andresote había nacido esclavo en Valencia y se estableció en Yagua a contrabandear cacao y tabaco, y originó una revuelta en los valles del actual municipio Beroes en lo que es hoy el estado Yaracuy. Andresote tuvo el apoyo de los hacendados criollos y holandeses, quienes le proveían de armas y municiones para defenderse. Aunque no tenía intenciones de luchar contra la Corona española, sí buscaba debilitar el comercio de la Compañía y hacer sus propios negocios. El por entonces gobernador Joaquín García de la Torre se armó contra Andresote y sus guerrilleros, pero no pudieron vencerle en los primeros intentos, ni atraparle, pese a haber empleado ejércitos completos de más de 1500 hombres, pues Andresote huyó a Curazao y prosiguió vendiendo sus productos, aunque los demás hombres socios suyos atrapados por las autoridades españolas, fueron pasados por las armas o ahorcados. Aun cuando no fue una rebelión contra la Corona española, la rebelión de Andresote sirvió como punto de referencia para nuevos levantamientos, como los que ya hemos referido.

Estados Unidos y el racismo contemporáneo

En Estados Unidos habría que referir durante el siglo pasado, por supuesto, del movimiento del Black Power en los años sesenta en este país, consecuencia de las luchas antiesclavistas y racistas contra la población indígena y africana que se propusieron exterminar a través de varios medios, y sería muy arduo referir aquí, pero baste decir que por lo menos veinte tribus de indios norteamericanos fueron exterminadas por los blancos supremacistas, para imponer una cultura calvinista y racista, dando origen a un racismo aún más poderoso en el siglo XX, con el advenimiento del capitalismo de estado. En esta lucha sobresalen líderes de la talla de Martin Luther King y Malcolm X, cuyas luchas sociales se han continuado hasta hoy debido al lamentable racismo que ejerce la clase blanca supremacista, y la secuela de violencia que ha dejado en aquel pueblo, asesinando a presidentes progresistas como Abraham Lincoln, -quien abolió la esclavitud– y John F. Kennedy; poniendo a títeres seudo negros en el poder como Barack Obama, para controlar sus intereses, sumiendo a la nación en un caos social de capitalismo de estado actualmente en su fase crítica, terminal diríamos. Mientras tanto, desde el punto de vista cultural habría que incluir el gran aporte del jazz, la música negra más extendida en el mundo, que revolucionó literalmente buena parte de la música popular occidental y la literatura, nacida en la capital del estado de Louisiana, Nueva Orleans, y ha inspirado varias de mis novelas y cuentos, entre ellas una dedicada a uno de los fundadores del jazz: El último solo de Buddy Bolden. De Estados Unidos la escritora negra Toni Morrison (por cierto, autora de una hermosa novela titulada Jazz) obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Lo mismo puede decirse de la literatura negra de los países del caribe anglo y franco parlante, que han llegado a revitalizar la expresión en ambas lenguas, con características de una verdadera revolución literaria, en países como Martinica, Guadalupe y Haití.

Esclavos en Venezuela

En Venezuela se han transportado esclavos desde 1525, a través de licencias otorgadas por España. Se funda una compañía en la isla de Cubagua en 1527 para la explotación de perlas; hasta que en 1528 se concede a los Welser nada menos que la Gobernación de Venezuela, quienes traen gran cantidad de esclavos sin pagos de derechos. Un español llamado Juan Despes obtiene una licencia para traer negros y ponerlos a trabajar en las minas de oro de Buría, entre los cuales seguramente venía el ya citado Negro Miguel.

Curazao se estableció como base para el comercio de negros, debido a su posición estratégica en el continente; desde allá fueron arribando negros hacia Coro en Venezuela, tanto de manera legal como de manera ilegal por medio del contrabando. En este contingente había negros que huían en busca de su libertad a las costas de la península de Paraguaná, entre los cuales había negros rebeldes y luchadores, llamados cimarrones, y otros llamados loangos. Para los negros rebeldes, el rey de Francia Luis IV creó el llamado “Código Negro” para castigarles cortándoles las orejas o marcarles con hierro candente. Estos libertos y cimarrones se escondían en zonas de difícil acceso, trapiches o haciendas. Los españoles disponían de grandes estructuras construidas con piedras, cal y barro cocido a las que denominaban Tinglados, las cuales medían 200 metros de largo por 100 de ancho y se usaban para comandos de operaciones, depósitos o cuarteles de dominio de los territorios. En la región de Coro, el jefe del Tinglado se llamaba Juan de la Colina, quien hizo construir el Tinglado de Guide y cubría aldeas como Macuquita y Bejuqueros.

A todas estas, los blancos de Coro se consideraban con derechos sobre los negros y sobre las tierras fértiles que éstos cultivaban, proponiéndose expulsar a los negros loangos del valle de Uria. Entre aquellas familias blancas muy ambiciosas había unas de apellidos Zárraga y Zavala. Entonces comenzaron a surgir líderes loangos como José Caridad González, que se había fugado de las costas de África hasta Curazao, para luego llegar a Coro como líder Loango, y se enfrentó a los Zárraga y a los Zavala. Los suelos de la sierra de Coro eran fértiles, surcados de muchos manantiales y se prestaban para la agricultura.
 

José Leonardo Chirino

Entre los años 1789 y 1790 llegó a Coro un contingente de tres mil esclavos, entre los cuales venían muchos ya destinados a sufrir el “Código Negro”, que se incrementa con el injusto pago de alcabala, establecido por Juan Manuel Iturbide, quien cobraba altos impuestos a las personas que bajaban de la sierra hasta Coro a ofrecer sus productos. Quien primero denuncia estos injustos pagos de alcabala es un zambo llamado José Leonardo Chirino, quien se percata de estas injustas retenciones de productos, sobre todo de reses. Él se desplaza entre los pueblos de Baragua y Curimagua, advirtiendo que al pasar por San Luis vuelven a cobrar otra alcabala, aun cuando no se venda el ganado, tasan la red y así sucesivamente, siguen cobrando nuevas alcabalas en Caujarao, Curimagua y Coro, llegando al abuso de quitarles a las mujeres sus prendas de vestir, pañuelos, zarcillos y pulseras.

José Leonardo Chirino percibe estos desafueros y protesta. Es hijo de un esclavo llamado Juan Cruz Goatú y de una india libre llamada Cándida Rosa, quienes tenían una pequeña industria de cuero. José Leonardo trabajaba como jornalero y aparcero de haciendas. Casó con una esclava llamada María Dolores, son quien tuvo tres hijos. Desde temprano, José Leonardo venía escuchando aquel principio esclavista que rezaba: “Vientre esclavo engendra hijos esclavos”, y se enfurecía. En frecuentes viajes a Curazao que hace con don José de Tellería, José Leonardo se entera de varios intentos de insurrección de esclavos acaecidos en otros países; entonces se armó de ánimos y comenzó a reunirse con varios compañeros a objeto de librarse de los desmanes de los godos. La historia regional mediante el libro que ahora consulto, A propósito de doscientos años de olvido, de Juan Ramón Lugo, aporta varios de estos nombres: Juan Cristóbal Candelario, Juan Bernal Chiquito, Josef Nicolás, Juan de Mata. Se reunían en un sitio llamado Macanillas, que había sido anteriormente lugar de reuniones conspirativas dirigidas por Cristóbal Nandes, ya fallecido. Entonces José Leonardo asume la dirección del grupo y comenzaron entre todos a distribuir información en los poblados como El Corozo, San Diego, Guanare, Hueque, La Tabla, Pecaya y Cabure. José Leonardo continúa captando más adeptos en poblados serranos como El Socorro y Sabana Redonda. Todo se fue organizando con el objeto de precisar a José de Tellería, para darle muerte. En los poblados de Cabure, El Naranjal y San Luis se fueron sumando otras personas cercanas a la causa: Juan de Jesús, Juan Bautista Chiquito, Juan Cristóbal, Nicolás de Macanillas, Candelario del Socorro, Juan Antonio Coello, Josef Diego son algunos de los nombres que registra la historia regional.

La orden era, entonces, marchar sobre Coro y abatir a los hombres blancos de José de Tellería. A los doscientos hombres que ya había se sumaron otros cien y entonces fueron trescientos insurrectos negros, mulatos, zambos, indios, loangos, cimarrones los que llegaron a Caujarao por la mañana, pasaron por las vías destruyendo las alcabalas desde la sierra, y entraron a Coro enarbolando un grito de Libertad. Entonces los blancos organizaron una gigantesca defensa de la ciudad, comandados por Pedro Chirinos y Diego de Castro, y derrotaron a los insurrectos cerca de Caujarao, pues estos se encontraban en su mayoría desarmados. La mayoría de ellos fueron de inmediato ejecutados, fusilados y degollados, incluyendo a José Caridad González.

José Leonardo Chirino logró huir, y marchó otra vez a la sierra a reorganizar las fuerzas; pero ya lo habían mandado seguir con un enorme grupo de milicianos que pasó arrasando por las poblaciones serranas, azotando mujeres y amenazando a jóvenes y niños. Finalmente, dieron con José Leonardo, lo trajeron a Coro; lo trasladaron luego a Caracas para interrogarlo y juzgarlo. Fue condenarlo a muerte por la Real Audiencia, en el año 1796. Primero, fue torturado. Después, amputaron sus manos; luego su cabeza fue cortada y puesta en una jaula de hierro y clavada en un palo en la alcabala de Caujarao, para que la viera todo el mundo.

A partir de su muerte, su figura fue creciendo en el tiempo, como un símbolo de libertad de los negros esclavos. De esta manera entronca con los deseos de libertad del Negro Miguel de Buría, al que ya nos hemos referido. Luego estaría el célebre Pedro Camejo, el “Negro Primero”, en la Guerra de Independencia de Venezuela, que peleó tantos años al lado de Páez y murió en la batalla de Carabobo pronunciando frases imborrables (“Vengo a decirle adiós, ¡porque estoy muerto!”), y forma parte del santoral de símbolos religiosos patrios y próceres como Miranda, Bolívar, Sucre, Cedeño, Urdaneta, Beroes, Páez, y nuestras heroínas Manuela Sáenz, Eulalia Buroz, Josefa Camejo, Luisa Cáceres de Arismendi, Leonor Bernabó y el recién beatificado doctor José Gregorio Hernández, célebre por sus milagros en numerosos lugares de Venezuela, y de otros tantos otros hombres y mujeres que se han jugado sus existencias por las causas nobles de estos pueblos mágicos; pueblos que aspiran a su independencia política y económica, para poder forjar en un futuro cercano una sociedad más justa y más libre.

i En mi relato “La verdadera historia de María Lionza” perteneciente al volumen de cuentos La gran jaqueca y otros textos crueles, Ediciones Imaginaria, San Felipe, 2002. Véase también mi prólogo “María Lionza revisitada” a la obra de la profesora Daisy Barreto Ramos María Lionza, Divinidad sin fronteras. Genealogía del mito y el culto. Universidad de los Andes, Instituto de Investigaciones Gonzalo Rincón Gutiérrez, Mérida, 2019. Mi Prólogo al libro María Lionza, Comics y Mitos Urbanos, Yaracuy. Caracas, Venezuela, Fundación Editorial El perro y La rana, Ministerio del Poder Popular para la Cultura, 2010.

Por: Gabriel Jiménez Emán

Tomado de: www.alainet.org

Last modified: 15/05/2021

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