Sobre camellos, burros y barcos libreros…

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(Cebaldo) Entre una persona y los libros, de intermediarios (además de las maestras, esos seres inolvidables), pueden que esté un bibliotecario.

Guardianes de papeles y emociones. Cómplices letrados de lecturas y grandes descubrimientos. Por algo es que cada historia de bibliotecarios que aprendo me toca el alma. Como la historia de los Turkana, pueblo nómade que anda por el desierto de Kenia y que en cada caravana lleva una biblioteca. Tres camellos acompañan a los niños Turkana: un camello con dos cajas de libros (cientos de libros); otro con una o varias carpas; y un tercero con el bibliotecario y sus enseres. ¡Camellos-libreros! Bibliotecas ambulantes siguiendo los pasos de una tribu nómade.

Y me imagino a esos niños Turkana bajo la carpa en la arena, sobre tapetes donde se extienden los libros que en su imaginación se transformarán en alfombras voladoras o en ríos o montañas mágicas, poblados de personajes encantados.

Ilustración de Ani M. Ventocilla King

Ilustración de Ani M. Ventocilla King

(Jorge) Qué bueno sería poder recordar al primer ser humano que nos acercó un libro, que nos recomendó su lectura, por simple que haya sido. Fíjate Cebaldito que hasta un monumento a los zapatos viejos he visto, en un parque de Colombia. Pero salvo algún busto a los fundadores dentro de una biblioteca, nunca he visto un monumento público a una o a un bibliotecario.

Qué poderosa la imagen que nos compartes de los Turkana y sus bibliotecas. Ya me imagino ese monumento en Nairobi, con tres camellos además…

(Cebaldo) Y hay otra historia, que una vez un amigo me envió (¿o fuiste tú Jorge?) La del maestro colombiano Luis Humberto Soriano y sus dos burros, Alfa y Beto, con quienes armó una biblioteca móvil ofreciendo humildemente su riqueza, sus miles de libros, en beneficio de la gente de su Magdalena querida. “Muy al alba de todos los sábados carga sus animales con enciclopedias, textos escolares, cuentos para niños, literatura universal…” y va por las veredas y corregimientos del Magdalena Bajo, el maestro Luis Soriano con sus biblio-burros.

Creo que el cariño, la admiración por bibliotecas y bibliotecarios, me nace también del haber visto la manera cómo mi papá cuidaba a sus libros. Era un extraordinario lector y coleccionador de enciclopedias, siempre dispuesto a que niños y vecinos llegasen a casa a disfrutar de su pequeña biblioteca.

(Jorge) Sí, la crónica de Luis, Alfa y Beto, la encontré hace años en un ejemplar de la revista Gatopardo, que luego te hice llegar por correo postal a Portugal.  Los libros y el lugar que merecen en una casa: hay que prestar atención al detalle compadre. ¿Qué tal incluir en los censos nacionales la pregunta: “¿Tienen libros en casa?

Composición fotográfica. Biblioteca en Londres tras bombardeo de la aviación nazi, II guerra mundial.

Composición fotográfica. Biblioteca en Londres tras bombardeo de la aviación nazi, II guerra mundial.

(Cebaldo) Cuando crecí y tuve edad para “navegar” fui conociendo bibliotecas de otras islas de la Comarca. Desde entonces entraron en mi vida nuevas amistades, los bibliotecarios de las aldeas. Recuerdo sobre todo a dos, Don Rubén Pérez Kantule, en Nargana/Yandub, y a Don Harmodio Smith, de Danakue Dupir (San Ignacio de Tupile). ¡Qué lindo era estar con ellos!  En su “casa”,  la biblioteca comunal. La forma cómo cuidaban libros, documentos y revistas. Siempre atentos a nuestras necesidades. Con Harmodio tuve incluso confianza: me prestaba libros para llevar.

La biblioteca de Dupir quedaba justo al lado del muelle, así que apenas bajábamos del barco o del cayuco, era el primer local que nos recibía. En otras aldeas eran – o son ahora – las “estaciones” de policía lo más aledaño al muelle. Sospecho que hoy existen más cuarteles que bibliotecas.

(Jorge) En casa el garaje nunca alojó un auto, pero sí una biblioteca. Mis padres eran los bibliotecarios: de vez en cuando te tocaba el turno y te dejaban un libro cerca… Eramos siete, entonces había que buscar libros no solo esperarlos. Eran un tema en sí y hasta se hacían en casa, por obra de Eleodoro.

Años después pude conocer las bibliotecas de nuestra Kuna Yala y a alguno de sus bibliotecarios. Una de ellas, con piso de arena, suele rondar mi memoria. Es que no he vuelto a estar en una biblioteca con piso de arena.

(Cebaldo) Tal vez por estas historias y otros sueños de juventud una vez con un grupo de amigos empezamos a ahorrar, para comprar una “canoa cartagenera”; antigua, barata, pero navegable. Una  “cooperativa de cocineros, maestros, maestras, estudiantes, artesanos, marinos, cocoleros…” Todos soñadores y unidos por una canoa, por un posible Barco Mágico, haríamos de él una biblioteca marina, un barco-librero, una casa de cuenta-cuentos y otras hechicerías, que navegaría entre las islitas y por toda la costa dule. También seria transporte para nuestros Poetas-Saglas en sus viajes a diferentes encuentros. Teníamos muchos planes, tantos sueños…

Pero la vida nos fue separando, yo volé a miles de kilómetros, otros se fueron a la ciudad, algunos estaban ya en otros proyectos. Sin embargo continúo soñando y algún día iré a buscar un barquito abandonado y cumpliré mi sueño de juventud: ser un marinero–librero. ¿Por qué no? Bibliotecario de la primera biblioteca marina de Kuna Yala; para pasar mi vejez entre libros y criaturas marinas, contando cuentos y observando estrellas.

(Jorge) Me avisas hermano, y te hago las vacaciones.

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Por: Cebaldo Inawinapi y Jorge Ventocilla (luna de agosto)

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Last modified: 19/08/2019

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