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El 9 de enero de 1964, hace 54 años, se produjo la insurrección popular contra la presencia colonial-militar de EEUU en Panamá. El país perdió la vida de jóvenes que no se recuperarán jamás. Sin embargo, modificó la correlación de fuerzas. EEUU cedió, 13 años más tarde, mediante una negociación, el territorio que ocupaba en el Istmo, evacuó sus bases militares y traspasó el Canal de Panamá.

Pareciera que la lucha por la soberanía había llegado a su fin. Se hizo realidad la consigna: “Un solo territorio, una sola bandera”. A pesar de los importantes logros obtenidos por los negociadores del general Omar Torrijos en 1977, la lucha continúa. Había panameños que no querían que se cumplieran con los acuerdos. Una vez entrada en vigencia el Tratado, en 2000, tenían todo preparado para apropiarse de los beneficios que arrojaría el Canal sobre la economía del país.

A pesar de ese control sobre nuestra posición geográfica, los actuales dueños del país aún simulan que los logros de las luchas de la juventud panameña son del pueblo. Así lo dice la Constitución Política, las leyes que le dan vida a la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) y los discursos periódicos de los mandatarios. Cada vez que las organizaciones populares salen a las calles para conmemorar a los mártires, esos dueños ilegítimos tiemblan. Se dan cuenta que el pueblo todavía está en pie de lucha.

Antes de ayer, se conmemoró otro aniversario más de la insurrección del ’64. En esta ocasión fue evidente que Panamá está dividida en torno al Canal de Panamá y el uso que debe hacerse de las riquezas que produce para el país. Mientras que los trabajadores, estudiantes, profesionales marcharon desde las escalinatas del Instituto Nacional y del Monumento a los Mártires, hacia la Plaza 5 de Mayo, siguiendo las huellas de los caídos en los nefastos acontecimientos de hace 54 años, un sector social heterogéneo y comprometido con un proyecto excluyente se concentró en la Cinta Costera.

También fue evidente que la clase dueña del país apoyó sin vacilar a quienes se olvidaron del sacrificio de los mártires de enero y levantaron una ‘bandera falsa’ de la lucha contra la corrupción. Todos los medios se volcaron a la Cinta Costera e ignoraron a los sectores populares que marchaban rememorando las victimas de la agresión norteamericana.

El Movimiento Alternativa Popular, que marchó junto con organizaciones sindicales, grupos estudiantiles y gremios de todos los sectores, hizo un llamado a construir una Patria para todos. El Movimiento denunció el desgreño administrativo del régimen, que se remonta a la invasión militar norteamericana en 1989, que se hace obvio cuando se observa el deterioro de los servicios de salud, el colapso de la educación y el transporte. También denunció “la inseguridad, el alto costo de la vida y el descuido en el agro”. Recordó que “los gobiernos neoliberales no combaten la corrupción, porque ellos mismos son corruptos y viven de la corrupción”.

La Fundación Instituto Nacional organizó otro acto que efectuó una romería hasta la Llama Eterna que honra a los mártires al pie del edificio de la Administración del Canal. Igualmente, la Universidad de Panamá honró a los mártires con un acto en la Plaza Ascanio Arosemena en el Campus Universitario. Asistieron estudiantes, profesores y administrativos quienes escucharon a Olmedo Beluche, orador de fondo.

Entre los estudiantes que hicieron uso de la palabra, Mario de León citó al sociólogo Azael Carrera, quien afirma que existen tres interpretaciones sobre los sucesos del 9 de enero.

La primera de estas interpretaciones divorcia al movimiento nacionalista de su origen de clase y trata de aburguesarlo. Resalta sus figuras políticas (Roberto Chiari) y diluye la memoria histórica de la insurrección popular. Eliminó la cátedra de Relaciones de Panamá con EEUU y reprime las manifestaciones culturales.

La segunda interpretación es la historicista, que pretende ‘retratar’ los hechos tal como se produjeron. Sin embargo, no relaciona los datos empíricos con las contradicciones de la formación social panameña.

La tercera interpretación explica la insurrección popular del 9 de enero a partir de las contradicciones de clase que caracterizan a la sociedad panameña. No niega la existencia de una conciencia nacionalista en continuo proceso de maduración. Pero la explica como parte de una lucha por la hegemonía ideológica y dominación política.

Fue una jornada de aprendizaje. El camino es largo y se hará caminando.

Por: Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA)

Last modified: 11/01/2018

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